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P ues no, todos los maestros no corregimos igual. Había uno que tenía tres notas: «aprobao, aprobaillo y aprobaete», lo que no está mal, siempre que los alumnos no te salgan por peteneras en sus respuestas y te veas abocado a no aprobarles.
En cuarenta ... años de profesión he visto de todo. Maestros tan endiosados con su asignatura capaces de suspender a un alumno la Filosofía en el último curso de Bachillerato, sin importarle un bledo si ese alumno se pudiese 'tirar a la bartola' durante todo un curso al quedarle una sola asignatura, a sabiendas de que dicho muchacho quería ser peluquero; y otros, con tan alto sentido de la excelencia, que con ellos no aprobaría ni el mismísimo Menéndez Pelayo si a sus exámenes se presentara, por lo que no es de extrañar que algunos alumnos hayan tenido que hacer como tan insigne pensador que, para aprobar una asignatura, tuvo que cambiar de Universidad.
No estando de acuerdo con ellos, tampoco comparto la teoría de que las notas no sirven para nada, pues la nota debe ser la forma de indicar el esfuerzo que el alumno hace para aprender una u otra asignatura, sin ser en ningún caso ni recompensa, ni castigo.
Dicho esto, la verdad es que, entre examen y examen, al margen de la nota, hay momentos muy divertidos, cuando las respuestas de los alumnos son merecedoras de entrar en la Antología del Disparate. Como aquel alumno de un compañero que al preguntarle por las tres carabelas respondió que «eran unos cantantes amigos de su padre». Y qué decir del alumno que se presentó a la selectividad y salió todo contento porque se sabía a la perfección la vida de Jorge Negrete, lo que de nada le sirvió porque le pregunta era sobre Jorge Manrique y su visión de la muerte.
Pero disparates aparte, lo cierto es que todos los profesores hemos sido alumnos y por lo tanto no podemos hablar muy fuerte, no vaya a ser que en nuestra juventud hayamos dicho que «Napoleón era un hombre bajito, con grandes pretensiones», o que «gracias al descubrimiento de América ahora podemos desayunar Cola Cao en casa». A saber, y es que no hay mejor manera para adentrarse en el mundo infantil, que el hacerse niño, pues sabrás en todo instante corregir al que se lo merece, teniendo en cuenta que ese niño, como tú en su momento, ha metido el diminuto ratón blanco en el cajón de las tizas adrede, aunque te hayas pegado, al abrir el cajón, un susto de muerte. ¿Qué ya no hay tizas? Ni niños con tan mala leche.
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