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El Ayuntamiento de Santander anunció ya el próximo inicio de las obras de «renovación y acondicionamiento de los Jardines de Piquío y su entorno» mientras glosa las bondades del proyecto que les da soporte y manifiesta que se «respetará escrupulosamente el diseño original y los ... elementos característicos de los jardines». Piquío, tras una primera intervención del arquitecto municipal Valentín Lavín Casalís hacia 1897, debe su imagen definitiva a otro arquitecto municipal, Ramiro Saiz Martínez (RSM), quien intervino sobre los jardines hacia 1925. Suyo es tanto el actual diseño del espacio como el de la mayoría de los elementos más significativos, como bancos, barandillas, la Tierra Paralela y otros.
Aunque adscritos al ámbito de El Sardinero y con continuidad estilística con otros elementos del paseo de la Reina Victoria Eugenia (también obra de RSM), los Jardines de Piquío no cuentan, sin embargo, con su declaración como Bien de Interés Cultural como parte de ese Sardinero que sí la tiene desde San Martín hasta la plaza de Italia. Esa orfandad en su valoración administrativa como elemento del patrimonio cultural de la ciudad no impide la evidencia su enorme calidad como verde urbano, su magnífico diseño (extendido a la plaza de Las Brisas) y su altísimo valor patrimonial dentro de los espacios públicos de Santander como jardín romántico.
Todo ello sin olvidar uno de sus elementos distintivos: su banco, el banco diseñado para Piquío por RSM. Este banco posee no solo una identidad propia dentro del mobiliario urbano de Santander que hace de él una pieza exquisita y sinigual, sino que tiene otro rasgo más que lo agranda. Se trata de su coincidencia en el tiempo con una de las sillas más conocidas de la historia del diseño de mobiliario: la silla en voladizo de Mies van der Rohe, cuya patente fue autorizada en octubre de 1928. Las similitudes entre la silla de Mies y el banco de Piquío son notables y, más allá de las influencias (si las hubo), lo que interesa es el valor del diseño de RSM al haber sabido trasladar a un banco urbano el delicadísimo (pues lo es) y leve gesto del voladizo tubular acerado de una silla de interior.
Ramiro Saiz Martínez creó un banco robusto a la vez que gestual, asentado a la vez que discreto, eficaz a la vez que sutil. La limpieza de sus formas y su elegancia, ahora blanquiazul, hacen de él un elemento del mobiliario urbano que debería contar con una protección patrimonial no discutible. No puede caber error alguno que afecte a la más estricta integridad del diseño de RSM y a la permanencia de estos bancos tal como fueron ejecutados en su momento. Con el patrimonio no caben ni supuestas mejoras ni robustecimientos materiales ni desvaríos que conlleven la alteración del bien, especialmente en algo tan sencillo y esencial como el banco de Piquío. Cabría decir lo mismo de los bordillos de cantos rodados blancos. Ambos son como son y no necesitan mejoras ni renovaciones (siempre dudosas). No procede su cambio de ninguna manera.
La ciudad conoce ya barandillas notables (también de RSM) que han perdido su belleza y empaque cuando han sido reparadas. No puede pasar lo mismo con Piquío y sus bancos. Deben ser intocables. El respeto al patrimonio cultural está en la base de una civilización que se aprecia a sí misma y que aprende de su pasado. Valorar ese pasado a través de sus manifestaciones de interés evidenciará el nivel de educación y cultura de una sociedad y de quienes la encabezan. Tratar el patrimonio como algo «viejo» que debe ser «mejorado» o «renovado» significará, las más de las veces, que no se ha entendido nada y los resultados es fácil que no conduzcan más que a la destrucción esencial de lo «mejorado».
Ante esa posibilidad y en línea con las manifestaciones municipales sobre el escrupuloso respeto al diseño original, los bancos y el conjunto de los jardines de Piquío deberían pasar a ser (y así lo propongo desde este mismo texto) Bien de Interés Cultural e iniciarse de forma inmediata la incoación de su expediente, antes incluso de que se inicien las obras que van a afectar a ese espacio tan simbólico y único de Santander. Cualquier protección es poca y, además, como dijo el propio Mies van der Rohe, «Dios está en los detalles».
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