Secciones
Servicios
Destacamos
En octubre de 1893 se publica una nueva aventura de Sherlock Holmes. En ella, el famoso detective británico se pone en modo 'Summa Theologiae' como cuando, hacia 1265, Santo Tomás de Aquino propuso cinco fórmulas para demostrar la existencia de Dios. Con una rosa en ... su mano, Sherlock afirma que «nuestra mayor confianza en la bondad de la Providencia proviene de las flores. (…) Esta rosa es un extra. Su olor y su color aportan belleza a la vida, no son una condición para ella. Solo la bondad concede extras. Por eso, repito, hay mucho que esperar de las flores». Aplicó sin reparos su método deductivo a una enorme (pero discreta) digresión religiosa a partir de una rosa.
Holmes puso así voz a la demostración divina de sir Arthur Conan Doyle, un destacado alumno de los jesuitas. Steven Weinberg, laureado con el Nobel de Física en 1979 y ateo confeso, dijo también que, «a veces, la Naturaleza es más bella de lo estrictamente necesario». Casi lo mismo, aunque totalmente distinto.
Como anécdota adicional, señalar que Conan Doyle tuvo la arquitectura como afición y que en 1912 diseñó la elevación de una planta en un hotel donde solía alojarse. Su croquis rotula «life-death-after life» o «spirito in harmony». Extraños textos al pie de los dibujos. El edificio está aún en transformación como lo estuvo siempre su personaje, Holmes, quien, el 4 de mayo de 1891, hizo su gran 'mutis' en las cataratas de Reichenbach con un salto que, en la más reciente serie televisiva, fue dado desde lo alto de un edificio.
Conduce todo ello al asunto de la arquitectura y la belleza, una belleza no connatural a la vida pero abiertamente necesaria por cuanto aporta de mejora incontestable para el ser humano, para su bienestar espiritual y para su alegría. La arquitectura, como toda creación artística, siempre habló de belleza. El discurso de Vitruvio unió «venustas» (belleza) con «utilitas» y «firmitas» como la tríada que debía caracterizar la arquitectura, apuntalando uno de los conceptos que nunca debería ser ajeno a cualquier obra edificatoria o a un espacio urbano: la belleza.
Como contrapunto inevitable a esa belleza, su ausencia lleva directamente a otro concepto: el feísmo. Hay arquitecturas que, por su ubicación, singularidad formal o cualquier otro factor, son capaces de producir una alteración notable de su espacio circundante a modo de anomalía perturbadora del conjunto, aunque no suela ser lo habitual en entornos urbanos equilibrados. El feísmo como constructo estético (casi un oxímoron) de la modernidad se alimenta no solo de la obra nueva de arquitectura sino también de la evolución de lo construido o, peor aún, de su degradación y progresivo acercamiento a lo ruinoso. Feísmo por abandono, podría denominarse.
En la valoración cívica de la belleza (y del feísmo) juega un papel trascendente el patrimonio, no como algo meramente existente, arquitectura bella y valiosa de tiempos pasados, sino por la importancia de su protección y realce motivados por su valor de testimonio histórico, de referencia sentimental y de elemento de cohesión grupal. La conservación del patrimonio arquitectónico y cultural de las ciudades ha de ser, en relación con la belleza (y otros factores), una obligación ineludible desde la esfera de lo público.
Desgraciadamente, 'lo feo' es inevitable (es una clave del discurso pero también es una conclusión) y la labor más importante frente al feísmo acechante debe ser soportada por las administraciones públicas mostrando generosidad en su contribución a la belleza de las ciudades y en la lucha contra el feísmo. Abordar esta tarea debería dar paso a un mayor número de concursos de proyectos para la adjudicación de todas las nuevas actuaciones en las ciudades, concursos donde tan solo la calidad estética del proyecto y su diseño fueran el factor para su adjudicación, nunca una rebaja en el coste de los honorarios de los técnicos, que deberán venir prefijados de forma inalterable en el concurso. La administración pública no puede renunciar nunca a la mejor propuesta en calidad de proyecto, técnica y estética, por otra de inferior calidad favorecida por un descuento en los honorarios del redactor que apenas afectará nunca al precio final del edificio o espacio urbano.
Si no lo hace así, la administración errará en uno de sus principales mandatos y compromisos con la ciudad, el urbanismo y el paisaje: promover su embellecimiento (además de velar por su conservación). Y todo con la 'venustas' de la rosa de Holmes como premisa irrenunciable.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.