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Sobre el resultado de las inminentes elecciones, poco hay que decir. La única incógnita reside en los efectos de una convocatoria tan legal como inusual, que con las dificultades inherentes a un voto masivo por correo puede favorecer al partido, o a los partidos, con ... un voto más militante y a aquellos cuya clientela está en peores condiciones económicas para disfrutar del verano azul.
A partir de aquí, la victoria del agrupamiento de la derecha parece inevitable, si bien el sistema electoral es capaz de propiciar cambios en la distribución de escaños que hagan del balance final, el objetivo de los 176, algo parecido a una ruleta rusa. Con Pedro Sánchez dispuesto a permanecer como sea en La Moncloa y el útil espantajo de Vox, más «las mentiras» de Feijóo, luchará hasta el final por no reconocer la derrota, como no reconoció la sufrida en el debate con el presidente del PP. Para él la realidad no existe: solo es válido su relato sobre esa misma realidad, elaborado de acuerdo con la persecución de sus objetivos políticos. Su campaña ha sido modélica en cuanto al encubrimiento total de los problemas vinculados con su actuación: cuestión territorial, política exterior (Marruecos/ Sáhara), deterioro del poder adquisitivo. Contenido democrático: cero. La propia excelencia y el ataque al adversario lo cubren todo.
Por eso mismo, tanto en su programa electoral como en las declaraciones posteriores hay un vacío bien significativo. El independentista Rufián se lo ha recordado sin éxito y la alianza ERC-Bildu está ahí para eso. De ser necesarios los votos de ambos, no bastará con el precio ya pagado de la liberación de los presos y la impunidad otorgada a una nueva proclamación de la independencia. La negociación, desemboca necesariamente en un referéndum, cuyo alcance sigue siendo un misterio, pero que desde la perspectiva de ERC solo puede consistir en el acceso de Catalunya a «la soberanía», evitando eso sí la palabra 'independencia'. Y por mucho que Pedro Sánchez intente la cuadratura del círculo, tal cosa no encaja para nada en la Constitución. De ahí que Sánchez y Patxi López, lo mismo que el programa electoral, huyeran del dilema como el vampiro de la cruz.
Una vez dado el paso, los dos nacionalismos vascos están obligados a seguirlo. En el debate en TVE, Aitor Esteban exhibió ya la aspiración al Estado dual –¿a tres?– y Matute «el derecho a decidir». Empujada desde Cataluña por Colau, Yolanda Díaz lo tiene más difícil al no poder quedarse en el silencio: propone un referéndum sobre lo que se acuerda (sic). Conclusión: en vez del cierre de página anunciado por Sánchez, el tema 'territorial', con él la supervivencia del Estado de 1978 carece de respuesta desde el área de gobierno.
En la vertiente opuesta, Vox lo tiene claro: regreso a la centralización preconstitucional. Solo que no tendrá posibilidad alguna de dar vida a ese propósito. Feijóo, por su parte, es también claro en cuanto a restaurar la defensa de la legalidad que implica el delito de sedición, pero la conflictividad suscitada por tal intento será muy alta. Y sin duda suspenderá el diálogo prereferendum. En este caso, no tropezará solo con el independentismo, encontrándose con un frente unido de independentistas-Comuns-PSC. Como diría Vargas Llosa, nos esperan tiempos recios.
En fin, la inevitable presencia de Vox en un Gobierno de Feijóo contribuiría a una agudización de las tensiones cuya gravedad ya podemos observar en la campaña y antes de la campaña. Ley trans y eventuales medidas de ajuste económico serán los detonantes del conflicto. Con la 'españolización' a modo de telón de fondo.
En lo que toca a Euskadi, tal vez se atenúe la crispación ahora observable en la cuestión de las víctimas. El socorrido argumento de que ETA ya no existe y de que toca proclamar que ya todos somos hermanos ha venido muy bien para la supervivencia política de Sánchez, y también para la aparente consolidación de la hegemonía de un PNV, agente de la reconciliación nacional (emblema: el Memorial de Vitoria). Solo que enfocar de modo exclusivo a las víctimas y borrar la existencia de verdugos (y cómplices) es sosiego para hoy y resurrección garantizada para el futuro. Ahí está la vibrante reaparición del posfascismo, con la amiga de Vox, Giorgia Meloni, al frente en Italia. Está claro que ni Pedro Sánchez ni Urkullu han leído a Primo Levi. Por eso mismo es preciso bloquear aquí y ahora al neofranquismo de Vox, y a la supervivencia del espíritu de ETA en Sortu (Bildu). El PP está legitimado para exigirlo, así como para tomar como emblema a Miguel Ángel Blanco. ¿De qué consenso roto se habla mientras los herederos del terror siguen sin rectificar?.
Otra cosa significa incurrir en la ceguera voluntaria de Pedro Sánchez, en su cheque en blanco a la condición democrática de Bildu y en la amnistía a ETA en la Ley de Memoria Democrática. El espíritu de reconciliación no choca, sino que requiere el cambio de mentalidad aún pendiente en la izquierda abertzale. Solo eso. Un problema más tras lo que suceda el 23J.
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