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AMarx, como diseñador de la revolución social, más vale olvidarlo. No sucede lo mismo con su exigencia de entender el cambio histórico como un proceso donde tiene lugar el engarce entre sus distintos componentes, desde la mutación tecnológica al sistema político y a las ideologías, ... debiendo la primera pregunta dirigirse hacia la economía; lo cual no significa obviamente que en su campo se encuentre la clave para explicar todo lo que sucede.
La cuesta abajo que estamos viviendo es buena prueba de ello. La crisis capitalista de 2008 fue el punto de inflexión que marcó el momento final de una larga onda de crecimiento, expectativas de cambio y afirmación de la democracia a nivel mundial, nacida en 1945, que ya daba síntomas de agotamiento desde la década anterior. La revolución digital precipitó el tránsito hacia la sociedad líquida, diagnosticada por Zygmunt Bauman, con la disolución de los vínculos que aseguraban la situación de los individuos en las sociedades industriales en todos los órdenes, desde el empleo a la política.
Y como sucedió hace justo un siglo, la inseguridad trajo consigo el recurso al sálvese quien pueda, a la insolidaridad, a los asideros de la identidad (con su pareja la xenofobia), el populismo y el caudillismo. Al resurgimiento del «fascismo eterno» de que habló Umberto Eco y de su correlato, los movimientos antisistema (5 Estrellas, Insumisos, Podemos).
De la adhesión masiva a la democracia en encuestas efectuadas a escala mundial hace un cuarto de siglo hemos pasado al desinterés y al desprestigio de la política. Del venturoso «fin de la historia», augurado por Fukuyama, al pesimismo radical de 'Cómo mueren las democracias' de Levitsky y Ziblatt en 2018. Así como, en el mundo musulmán, el islamismo radical, con su hijuela terrorista, sucedió al espejismo del socialismo árabe (Nasser), la juventud europea se adhiere hoy a los movimientos de ultraderecha, no como antes desde el privilegio, sino en gran parte desde la frustración de la militancia de izquierda de la generación anterior. Es producto de un desencanto asentado sobre la realidad. La presumible victoria en Francia del candidato ultra Jordan Bardella, líder del partido fundado por Le Pen, tendrá por apoyo un tercio del voto de jóvenes trabajadores.
En el plano internacional, los graves errores de la potencia hegemónica, EE UU, frente a los retos suscitados por el islamismo primero, y luego por el retorno de los imperios (China, Rusia), con el colofón del fenómeno Trump, cerraron un círculo de presiones y amenazas sobre el mundo occidental y su régimen de libertades que no solo tiene el retroceso por contenido. Implica una amenaza real a nuestra supervivencia, en tanto que europeos, como forma de vida y como civilización.
Las elecciones del domingo representan un grave riesgo para el proyecto europeo, que podrá darse por enterrado si Putin gana definitivamente su guerra contra Ucrania y sobre todo si Trump vence en noviembre. Riesgo, todavía no de extinción, sí de degradación. Un avance masivo de la extrema derecha llevará a un acuerdo con el bloque conservador, donde impondrá sus exigencias: soberanismo frente a europeísmo, inhibición ante las derivas autoritarias que se registran en varios países, fin de la solidaridad, orientación a la xenofobia en política de inmigración, mayor tolerancia hacia Putin. Tendremos supervivencia de la UE, pues su disolución sería demasiado costosa, pero como simple mercado común, afectado además por previsibles actuaciones proteccionistas. Los golpes definitivos vendrán más tarde, cuando Trump se desentienda por entero de Europa, como hizo con Afganistán.
Recuerdo que, siendo profesor de Teoría del Estado en los años 60, Manuel Fraga Iribarne tenía un momento democrático: su minuciosa descripción del sistema británico, cuyo equilibrio residía en las reformas laboristas que el Partido Conservador estaba dispuesto a asumir. Era el juego que permitía avanzar en el plano social desde la democracia. Acertaba. Socialdemócratas y conservadores hicieron conjuntamente Europa. Mal que bien la siguen gobernando hasta hoy y ambas fuerzas están amenazadas. Conviene recordarlo el 9J.
No hace falta decir que, en este aspecto esencial, Pedro Sánchez rema contra corriente, soñando con ser una isla roja en un mar negro si tiene éxito su estrategia a lo Modi en India, de polarización a ultranza de la vida política. Lo suyo es insistir en la satanización de un enemigo político, en este caso el PP de Feijóo, como medio esencial para conservar el poder, arrastrándolo al infierno de la ultraderecha. Así como en política exterior Sánchez se olvida por entero de Hamás en su justa oposición a Netanyahu, aquí hace todo lo posible por potenciar a Vox, y de paso por llevar a la dirección del PP a Isabel Díaz Ayuso, hundiendo a Feijóo. Tendríamos la permanente guerra política entre ambos como escenario futuro, que sin duda desde Sumar intentarán amenizar, prolongando el desgobierno en el que ya vivimos. ¿Y Europa? No cuenta.
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