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'Tiempos recios' se titula la novela de Mario Vargas Llosa que recoge el juego de maniobras puestas en práctica por los servicios secretos de Estados Unidos y el dictador dominicano Trujillo a fin de sofocar el reformismo democrático en Guatemala. El clima creado en ... la década de 1950 para toda Latinoamérica por tal estrategia sirve para explicar la eclosión de un movimiento revolucionario de ruptura como el encabezado en Cuba por Fidel Castro. El mal tiempo fue presagio de tormentas cada vez más graves.
Todo indica que hasta las próximas elecciones van a sucederse las tormentas también en el horizonte político español. La única duda concierne al grado de intensidad que alcancen y a la naturaleza de un desenlace que puede consistir en la supervivencia de la democracia o en una degradación irreversible.
La más reciente ha afectado al nombramiento de Isabel Díaz Ayuso como 'alumna ilustre' de la Universidad Complutense. En el principio del episodio se encuentra el esperpento, como en tantos otros momentos de nuestra historia.
Érase una vez un rector de la 'Complu', Gustavo Villapalos, ya fallecido, que se caracterizó por moverse subido a un balancín que oscilaba entre el PCE y la extrema derecha, su verdadera identidad. Fue hombre ocurrente, tal y como demostró cuando viajó a Irak para rescatar a los rehenes españoles, acompañado por Cristina Almeida, ofreciendo a Sadam Hussein una bandeja de damasquinado como si fuera, se dijo, la más alta condecoración de su Universidad. Y se los trajo. «¡Que vengan otros dos gordos a sacarnos de aquí!», protestaron los rehenes italianos.
Otro hallazgo suyo consistió en ganarse a Comisiones Obreras, cuya colaboración, o siquiera pasividad, necesitaba. Así que ante la imposibilidad de nombrarle doctor 'honoris causa', se inventó para Marcelino Camacho el título de 'profesor honoris causa', y el acto de investidura fue portada en 'Abc'. Y de esa farsa viene la actual, dado que el prestigio de las distinciones está acotado en todas las universidades del mundo, y sumar nuevos galardones, como en este caso sin un fundamento riguroso y que desemboca en un popurrí de nombres, solo sirve para arruinar un componente casi sagrado de la vida universitaria.
Puestos a distinguir a políticos bien situados, los gestores de la UCM debieron nombrar algo similar a Pablo Iglesias, que por lo menos, a diferencia de la presidenta Ayuso, integra los conocimientos adquiridos en su acción política (con resultados dudosos, eso sí). Claro que al bueno del rector, notable veterinario, su exclusión en el concurso de Ciencia Política le pareció normal.
Hay también en el suceso una segunda parte contratante. No importa que sean cuestionables los méritos de Isabel Díez Ayuso para ese salto a la nada. Lo que no cabe en la vida universitaria es el recurso a la violencia contra algo que desagrada, pero que cumple todos los requisitos legales en el proceso de designación. Pueden hacerse pronunciamientos razonados en contra, y a título personal habría suscrito con gusto dos, uno contra el galardón de marras, y otro contra la designación de la presidenta para el mismo. Lo puso de manifiesto con la pasión necesaria la alumna premiada por su currículum: de Isabel Díez Ayuso, tras licenciarse, no se conoce aportación alguna propia a la Universidad pública en Madrid. No hay nada, pues, para insultarla o ensalzarla. Y hay mucho, siendo universitario, para no votarla.
En la vertiente opuesta, lo lamentable es el reencuentro con las formas solapadas de actuación violenta en la Universidad. Lamentable en Íñigo Errejón, que las practicó como 'acción directa' en sus días de brillante alumno de Ciencias Políticas y fundador de 'Contrapoder', precursor inmediato de Podemos. Si hay que proteger un acto, es porque existe conciencia de que en otro caso tendrá lugar un boicot con un seguro componente de violencia. Y Errejón lo sabe de sobra. Al menos, podía distanciarse de esos poco recomendables principios de ataque físico a cuanto no era revolucionario o de izquierda. Actitud que yo califiqué entonces, desconociendo quiénes eran los autores, de «fascismo rojo». Pablo Iglesias me respondió entonces, bautizando de «gesto de Antígona» las elogiables patadas y los puñetazos destinados a impedir la conferencia de una diputada. Del ministro Subirats poco había que esperar, después de que hace años encontrara también normal que Otegi calificase al Rey de jefe de los torturadores (por vía indirecta, defendiendo al juez catalán vuelto andorrano que lo absolvió).
En línea con Errejón, Echenique ha sido más claro, y viene a decirnos que frente al contenido reaccionario de un acto, su supresión por parte del «progresismo» es legítima. Siempre por la espalda: ni Errejón, ni Subirats, ni Echenique afrontan lo que podía ser el contenido del escrache previsto. Mala cosa, en un tiempo donde aumentan las tensiones y te insultan en lugar público sus leales por criticar al Gobierno. Desde la prensa oficial, denuncian el «trumpismo» de la ultraderecha, Feijóo incluido. Sería mejor decir que la sombra de Trump se aprecia en todo aquel que opta por la violencia para hacer imposible la vida democrática. O que organiza la mentira para evitar un tema incómodo: la operación gubernamental de encubrimiento del 'lobo solitario' de Algeciras sería ejemplo de ello.
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