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El desenlace se veía venir desde el pasado año, cuando Ucrania empleó sus mejores recursos para perforar el frente ruso sin conseguirlo. El milagro de la conquista de Jersón no se repitió, quedando de manifiesto la desigualdad de medios humanos y de armamento entre los ... ejércitos enfrentados. A mayor escala y a lo largo de un tiempo más prolongado, se repetía el escenario de la guerra ruso-finlandesa de 1939-1940, con la diferencia de que los objetivos de Stalin eran limitados, mientras que el propósito de Putin va más allá. La destrucción de Ucrania es el primer paso para la reconstrucción paso a paso del imperio soviético, tanto por las armas como mediante la presión política, según acaba de mostrar la ley antieuropea recién aprobada en Georgia.
Ha sido una guerra dosificada, tanto por los contendientes directos como por los aliados americanos y europeos. La exhibición recurrente de la amenaza nuclear por Putin ha hecho que la entrega de armas de alta tecnología a Ucrania haya tenido lugar casi siempre con cuentagotas, y con el inconveniente adicional de ser previamente conocida, también en la mayoría de los casos, por el enemigo. Algo claro: no puede mantenerse un esfuerzo de guerra dependiendo de los cambios de opinión del Congreso de Estados Unidos para aprobar una ayuda de absoluta necesidad como la hasta hace poco bloqueada.
La capacidad de destrucción de las poblaciones civiles ha sido empleada asimismo sobre todo a modo de complemento de las acciones estrictamente militares. Por parte de los aliados, algún día conoceremos las causas de una aplicación desigual e ineficaz de las sanciones a Rusia, que tras el primer golpe en su economía ha podido superarlo sin demasiados problemas, e incluso a veces sancionando a los sancionadores. Y la ayuda de China ha sido fundamental para sostener a su aliado.
El resultado ha sido militar, con los estrangulamientos sufridos por las entregas al ejército ucraniano, y psicológico, de manera que la inicial desmoralización reflejada en la huida de jóvenes rusos al exterior, fue sucedida por una plena confianza de la opinión rusa en Putin y en el desenlace militar favorable. En cuanto al golpe que esperaba sufrir la mafia rusa ya instalada en el exterior, solo sabemos que algunas acciones espectaculares no borran una realidad sin duda más pesimista, de negocios que simplemente buscan otros cauces para seguir realizándose. Lo que no puede hacerse en Londres puede hacerse en Gibraltar, lo que no se vende a Rusia, se vende a Kazajistán.
Cuando en marzo realicé una breve incursión como turista en territorio ucraniano, cruzando la frontera de Bucovina, la primera sensación en la ciudad más próxima, Chernivtsi, la antigua Cernowitz, llamada en tiempos 'la pequeña Viena', era de absoluta normalidad, a pesar de haber sufrido un ataque por drones la semana anterior. Sin embargo, las impresiones transmitidas por el encargado de la oficina de refugiados fronteriza eran de otro signo. En las zonas rurales reinaban la inseguridad y la desmoralización, con miedo real en los habitantes a lo que pudiera suceder en un futuro visto con sumo pesimismo por la marcha de la guerra.
No cabe excluir que algo similar suceda en todo el territorio ucraniano y que singularmente afecte a sus tropas, sometidas a un ejercicio de resistencia agotadora contra un enemigo superior. La evolución de las noticias en las últimas semanas parece confirmarlo. Primero fue una dura resistencia en el frente del Donetsk, luego ofensiva rusa en dirección de Járkov, la segunda ciudad del país, con una ocupación progresiva de aldeas que indica la aproximación a la ciudad. La caída de Járkov indicaría que Ucrania ha perdido la guerra. La visita de Putin a China ha podido ser la ocasión para fijar las condiciones de una rendición disfrazada, habida cuenta de que Xi Jinping tiene tomado partido desde el principio, al considerar que fue Occidente quien provocó la invasión. Zelenski sigue insistiendo en la restauración de las fronteras ucranianas de 2014, más exigencia de responsabilidades, meta hoy inalcanzable pero que está forzado a mantener formalmente, so pena de confesar la derrota ante el mundo. Los aliados de Ucrania, al menos públicamente, no saben y no contestan.
La derrota de Ucrania sería ante todo la derrota de un pueblo merecedor de la libertad, y sería también la de Europa. Y el plano simbólico es el que menos importa. Hillary Clinton señaló ya en 2014 cuál era la estrategia agresiva de Vladímir Putin, un nuevo Hitler, actuando eso sí de forma escalonada y con paciencia y determinación. Es un cinturón negro de judo que aplica al combate el conocimiento de los puntos débiles del adversario. Una vez vencida Ucrania, toca el turno, con diferentes tácticas, a Moldavia, los países bálticos y Polonia, tal vez su enemigo más odiado y por ello más sensible a su amenaza. Si Europa no ha reaccionado con mayor vigor hasta ahora, es difícil que logre actuar entonces, cuando además una previsible presidencia de Donald Trump nos dejará plenamente desasistidos.
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