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Ministerio de Sanidad sobre el uso de drogas en España arroja un dato espeluznante: una de cada 10 personas ha consumido ansiolíticos o hipnóticos del sueño en los últimos meses y nos convierte en el primer país del mundo en el consumo de tranquilizantes. Desde ... luego que la noticia no es nada tranquilizadora.
Si unimos este dato a las altísimas cifras de suicidios (más de 4.000 personas en 2021) y a los efectos que sobre la salud mental están propiciando las secuelas de la pandemia, sobre todo en los dos extremos poblacionales, los más jóvenes y los más mayores, ambos lastrados por su dependencia emocional del entorno que les rodea, el escenario que podemos llegar a vivir en los próximos años no es nada halagüeño.
¿Por qué nos sucede todo esto? ¿Qué propicia estos datos tan terribles? Pues, como casi siempre, no hay una razón única y me gustaría exponer las que considero que son más plausibles. En primer lugar somos uno de los países de Europa que menos utilizamos los servicios terapéuticos de psicólogos y psiquiatras. En el imaginario colectivo, que ya está cambiando pero que aún persiste, el acudir a estos profesionales sigue teniendo el sambenito (como cantara Aute) de 'la locura que todo lo cura'. Como sociedad nos cuesta acudir a profesionales que diagnostican remedios y actitudes que no son visibles, prácticos, como los de un médico o un fontanero, por poner un ejemplo. Todo lo que desconocemos, más aún lo que atañe a la mente, al cerebro, al comportamiento humano, paradójicamente, sigue suscitando dudas, recelos e inseguridades, sobre todo ante uno de los mayores males de nuestro comportamiento social: el qué dirán.
Otro factor muy relevante a tener en cuenta (y que recientemente apareció muy bien descrito en un informativo de Antena 3 Noticias) es la carencia de profesionales de estos ámbitos en la sanidad pública, que obliga a que los médicos de atención primaria, en lugar de recetar remedios que atajen el problema, se vean obligados a prescribir pastillas y sustancias para curar los síntomas y no las causas.
En pocas situaciones humanas tiene más valor la expresión 'curarse en salud' que en este aspecto y debemos reclamar a políticos y gobernantes que se pongan manos a la obra para paliar o reducir esta situación. Es imprescindible que la sanidad pública ponga medios para intervenir quirúrgicamente lo que no es visible, lo que está más allá del cuerpo, la enfermedad del alma, que duele tanto como para tener que anestesiarla con fármacos. Como sigamos así vamos a terminar con cuerpos sanos y bien moldeados y mentes atormentadas y sedadas para soportar sus propias angustias. ¿Hacemos algo?
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