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Es claro que no todo el mundo puede ganar lo mismo, al igual que todos entendemos que no todos los coches pueden costar lo mismo ... o las viviendas. Lo que mide el precio de las cosas y también de nuestro trabajo es el valor que se aporta; a mayor valor mayor precio. Es cierto, hay una asimetría laboral en función de la capacitación que uno ha requerido para poder desempeñar su trabajo o del riesgo que ha asumido como emprendedor para llegar a ser empresario y tener los beneficios que en toda actividad empresarial se aspiran a conseguir. Claro, no es lo mismo ser un trabajador o un empresario de sectores tan diferentes como la hostelería, la ganadería, la industria manufacturera, servicios jurídicos, telecomunicaciones, tecnología, medicina, ingeniería, funcionariado o trabajador autónomo, en cualquier ámbito de su desempeño.
El valor de lo que se produce, las horas dedicadas, no puede ser igual. Es cierto que la ley determina las horas que legalmente se pueden trabajar y también un salario mínimo (confiemos que algún día no nos obliguen a tener un salario máximo, como algunos pretenden) pero, igual que las cosas, el valor de lo que producimos varía en función de la actividad profesional que tengamos. Por ejemplo, no puede ganar lo mismo un médico, que entre carrera, MIR y formación posterior ha tenido que dedicar 12 años de su vida antes de ser un profesional reconocido, que una persona que, sin ningún tipo de formación, inicia su desempeño laboral. Exactamente igual que no puede tener lo mismo en un banco quien nunca ha invertido capital que quien lleva 12 años ahorrando para conseguir un fondo que le permita vivir mejor. También, por circunstancias de la vida, suele coincidir que quien más ha invertido en formación más suele disfrutar de su desempeño y más horas dedica a un trabajo que, al ser satisfactorio, es menos trabajo y quien tiene un desempeño que no le satisface trata de dedicar el menor número de horas posible a ese trabajo y por tanto los ingresos, en ambos casos, nunca podrán ser los mismos. De otro lado está la visión hipócrita del comunismo, que trata de que todos, vía impuestos o vía topes salariales, ganemos lo mismo; eso nunca podrá funcionar adecuadamente. Tuve la oportunidad de conocer la Unión Soviética de 1989 y puedo asegurarte que la motivación por hacer un buen trabajo era mínima o nula en todas las clases no gobernantes; esa es otra trampa del comunismo, la de que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Al final el refranero es muy sabio: el que algo quiere algo le cuesta. Esa es la fórmula mágica del valor que generamos y por lo que se nos paga.
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Ana del Castillo
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