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En la gala-presentación del Anuario de Cantabria de El Diario Montañés pude hablar con Marcos Ricardo Barnatán, prestigioso columnista de los periódicos más relevantes en España, experto en arte, escritor y gran conversador. En el curso de nuestra charla me relató una historia que ... vivió en persona durante una cena, que tuvo por suerte compartir, con Gabriel García Márquez y su esposa y de la que me autorizó a contar en esta columna. En un momento de la cena 'Gabo' le refirió cómo sufrió de xenofobia en sus viajes de Colombia a París en su época activa como escritor. Él le relataba todas las trabas, controles, registros e interrogatorios a los que era sometido un colombiano (en la época álgida de los cárteles de la droga) llamado 'Gabriel García'. Cuando ya había sido reconocido con la máxima distinción literaria, la del Premio Nobel, en el mismo avión, llegando a París, le dijo a su esposa: «¿Sabes qué voy a hacer? me voy a colocar en la solapa de la chaqueta el botón de la Legión de Honor de Francia, con el que había sido distinguido, a ver si así no nos miran con tanto recelo». Dicho y hecho, al llegar al control de pasaportes, el funcionario le pregunta por los motivos de su viaje, con las preguntas inquisidoras habituales y decide mostrar el botón en la solapa de su chaqueta. En ese momento el susodicho, al percatarse de la insignia, le dice, algo así: «No sé si sabe que en este país por robar una insignia de la Legión de Honor le pueden condenar con pena de cárcel». Posteriormente alguien constató la autenticidad del merecimiento y pudieron ingresar en el país sin problema.
En otra ocasión, le relató, al mostrar su identificación, el funcionario, vio un nutrido grupo de tarjetas de crédito en su poder y le preguntó: «¿Cómo es que usted tiene tantas tarjetas?» A lo que García Márquez contestó: «Porque soy rico, caballero».
Esta anécdota que he tenido por suerte conocer y ahora poder compartir tiene una moraleja: Si bien juzgar a alguien es bien arriesgado, pues no conocemos la historia de esa persona para criticarla, peor aún es prejuzgar y con más demérito, cuando lo hacemos por las apariencias de nuestro aspecto, raza, nombre o procedencia. Los prejuicios nos llevan a perjuicios sobre los demás y sobre nosotros mismos, al tener una estrechez de miras que limita nuestra capacidad de entendimiento.
Fue un disfrute la conversación con mi relator durante buena parte de la noche. Es casi mágico cuando puedes aprender de personas con una trayectoria de vida tan rica que te enriqueces escuchando y participando en la conversación. El cuerpo necesita dinero para vivir, el espíritu conocimiento, emociones y buenas personas.
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