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Hay determinados comportamientos de nuestra vida en sociedad que, al igual que a nadie le amarga un dulce, son de agradecer cuando se ponen en ... práctica en una relación con los demás. Me estoy refiriendo a hábitos tan valiosos, en algunos casos olvidados, como los de dar las gracias, pedir por favor, expresar un perdón sincero cuando así sea procedente, ser amable, dar los buenos días o las buenas tardes cuando entramos en un lugar, saludar amablemente cuando conocemos a una persona, dando la mano o un par de besos y mirando a los ojos de manera abierta y natural. Esto es lo que siempre se ha considerado como ser una persona educada o cumplir las mínimas normas de urbanidad que nos facilitan la vida en sociedad.
A todo esto, y ya en los nuevos tiempos, se suman otros comportamientos, como los de preguntar cuando llamamos por teléfono móvil a alguien si puede hablar en ese momento o como mantener la cámara abierta cuando estamos en una videoconferencia, más aún si el resto de las personas mantienen su imagen activa en la pantalla. Desde luego que es una falta de educación el no presentarse presencialmente y tampoco hacerlo, virtualmente, a través de una pantalla, es exactamente lo mismo y ante la excusa habitual de «no tengo cámara o está estropeada», con unos pocos euritos de dignidad se puede solucionar.
Pero quizá la falta de educación o de respeto más habitual, y que seguimos poniéndola en práctica desde tiempos inmemoriales, es la falta de puntualidad. Cuando llegamos tarde a una cita, indirectamente, le estamos diciendo al otro que nosotros somos más importantes o que tenemos cosas más relevantes que hacer y que ese es el motivo por el cual hemos llegado tarde. Al tiempo damos a entender que su tiempo es menos importante que el nuestro. En este contexto, a mí lo que más rabia me da es que quien llega tarde parece que tiene el comodín del público cuando simplemente con disculparse por haber llegado tarde con eso ya queda todo resuelto. Es cierto que hay circunstancias puntuales en las que nos vemos obligados a llegar tarde, pero cuando esto se convierte en un hábito también se convierte en un desprecio al mismo tiempo. Y en el mundo virtual cuando uno llega tarde a una videoconferencia, además de la mala educación de llegar tarde, se interrumpe saludando, interrumpiendo y excusándose con los que están en una conversación ya previa. Hay que cambiar unas cuantas cosas en este sentido.
Tenemos el riesgo de convertirnos en la sociedad con los mejores niveles de enseñanza de la historia y, a su vez, con la peor educación y sin ninguna historia que lo justifique.
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