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E l sexto pecado 2.0 es uno de los peores a los que nos enfrentamos hoy en día, la comparación. Me refiero siempre a ... ella como el peor cáncer relacional que afecta a nuestra vida en sociedad. Vivimos en un mundo súper conectado, con todas las redes sociales activadas, con todos los contenidos en internet, las páginas web, las imágenes publicitarias, los 'influencers', todo lo que hace que, frente a nuestra vida normal, la que exhiben otras personas nos parezca maravillosa, ampulosa, fácil, regalada y absolutamente imitable. El problema es que esa vida, en muchos casos, es artificial, fundamentalmente material y condensada única y exclusivamente en las apariencias. Hemos construido una sociedad basada en lo que parece que somos, con independencia de lo que realmente seamos; como dijera Erich Fromm, ¿qué es más importante tener o ser? Ahora parece que lo que más importa es tener y sobre todo que sea demostrable, que se pueda exhibir. Esto lo que provoca es que desde nuestra normalidad haya personas que se comparen con esos iconos, ídolos o semidioses tocados por el rey Midas del éxito y que, como consecuencia, nuestra sensación, autoestima y el valor autopercibido por nosotros mismos siempre salga mal parado. La comparación siempre ha existido y es absurda, pues nace de comparar a seres diferentes; somos 8.000 millones de personas diferentes e incomparables bajo cualquier punto de vista. Simplemente, podemos compararnos en aspectos puntuales, pero no podemos compararnos desde la globalidad y la complejidad de la personalidad de cada uno de nosotros. Por eso, compararse, se acaba convirtiendo siempre en un mal en sí mismo. De hecho no tenemos que compararnos con nadie salvo con el proyecto y el objetivo de vida de lo que queremos llegar a ser.Por otro lado la comparación es prima hermana del 'qué dirán'. Como expresa el dicho: 'Si dicen, que dizan'; qué importa lo que digan aquellos que no nos importan: absolutamente nada. Autolimitarnos por el qué dirán no sólo afecta a generaciones pasadas, está influyendo, y de manera muy tóxica, a todos los adolescentes que, en su camino de construcción personal sobre ellos mismos, se llegan a sentir relegados o marginados porque no encajan con el imaginario popular de cómo hay que ser para ser líder, popular o exitoso en el contexto que ellos viven. Si tú eres una persona de ley, si estás satisfecho razonablemente con tu vida, si tu ética y tu moralidad están bien construidas, da igual lo que digan los demás. Es más, en muchas ocasiones, qué bien que esos demás torticeros y limitantes critiquen nuestros pasos, eso significa que lo estamos haciendo bien. Rechacemos a los sepulcros blanqueados y demos ánimo y valor para ser sencillamente nosotros mismos, con independencia de los demás.
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Ana del Castillo
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