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Días atrás caí en la cuenta de esta pequeña máxima, casi mínima, que me vino a la mente y que ahora quiero compartir con usted: ... En la vida, primero se crece físicamente, después se crece emocionalmente, luego se crece intelectualmente y por último se crece espiritualmente. Me explico:
El máximo de fuerza en el ser humano se alcanza entre los 20 y 25 años en el hombre y entre los 18 y 22 en la mujer. De hecho, se puede decir que casi el 90% de la humanidad alcanza su apogeo físico sobre los 20 años. Desde que nacemos, el crecimiento físico es casi nuestra exclusiva tarea junto a la buena educación y el aprendizaje de los rudimentos básicos para poder ejercer el desarrollo de nuestra profesión.
Complementariamente, dependiendo de las circunstancias de cada cual, se va conformando nuestra personalidad con mayores o menores índices de madurez emocional. Puede darse la circunstancia de que esa madurez nunca llegue, de que se decante tras toda una suerte de padecimientos de relación social o que se vaya asentando con toda la riqueza necesaria para que vayamos construyendo nuestra propia seguridad emocional, que nos capacite para resistir los embates de la vida. Lo normal es que ese crecimiento emocional se asiente entre los 25 y 45 años. Entre los 25 y 30 termina de madurar el cerebro y la vida nos proporciona unos cuantos años más para que la fortaleza emocional termine de asentarse.
En lo tocante al intelecto hay muchas teorías sobre su evolución y la diversidad de inteligencias que nos adornan a los seres humanos. Por sintetizar y dependiendo de las personas, de la formación, de la inteligencia natural y de la cultura de cada nación, entre los 40 y 60 años es cuando nos acercamos a nuestra cima intelectual, donde somos más eficientes para la resolución de los problemas y las dificultades y donde mejor sabemos aprovechar las oportunidades.
Finalmente, a partir de los 55–60 años es cuando se potencia la visión espiritual, no necesariamente religiosa, con un sentido especial de pertenencia a algo más universal y trascendente que nuestra propia existencia física o intelectual. Casualmente es en esta época de la vida cuando se eleva la curva de la felicidad, cuando más aceptamos nuestra propia realidad a plena satisfacción y, seguramente, cuando comenzamos a aceptar la temporalidad de nuestra vida.
Estas cuatro fases de nuestra existencia hemos de cubrirlas para ser plenos pues, si se nos queda alguna de ellas atrás, afectará a la integridad del conjunto.
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