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Parece razonable pensar, y así lo expresa la neurociencia, que nuestra capacidad de toma de decisiones es muy rápida, más aún si tenemos en cuenta que nuestro cerebro emocional, mamífero, está preparado para actuar en milésimas de segundo.
Ante una situación determinada en la que ... debemos optar por algo, la peor decisión es la que no se toma y ésta está basada en la duda, en el no saber qué hacer en ese momento, que en muchos casos nos lleva a procrastinar la toma de decisiones y en muchos otros a perder la oportunidad que se nos había brindado y teníamos por delante. Ante esta situación nuestro cerebro, tanto el racional como el emocional, nos va a decir adelante o no adelante y ésa es la decisión que debemos tomar en ese momento, en ese instante.
Si dudamos, además del perjuicio que antes he destacado, de postergarlo en el tiempo, lo más seguro es que cuando tomemos la decisión ésta se haya encarecido, cueste más, sea menos oportuna o la posibilidad que nos permitía haya desaparecido. El listo, el hábil, no duda, ve la oportunidad y es el primero en aprovecharla. El inteligente puede dudar, se cuestiona, no está muy seguro y pierde la oportunidad y, según se va alejando la oportunidad, se da cuenta de su error pero siente que ya es demasiado tarde y sigue perdiendo oportunidades.
Es fascinante como el tiempo se combina con nuestras buenas decisiones, y en cualquier ámbito en el que nos movamos; quizá el económico sea el más recurrido, la compra de acciones en bolsa de una empresa que luego vale 200 veces más, el bitcoin, un terreno o una casa que acaba revalorizándose al doble de lo que costó, etc. Pero también se aplica en el ámbito de las relaciones personales, un comentario a tiempo, una decisión en las relaciones sociales afectivas o emocionales, la elección de la pareja, con la cual queremos vivir el resto de nuestros días, la decisión de tener hijos, todo está encuadrado en el marco del tiempo y si perdemos la oportunidad, lo que digamos o hagamos seguro que tendrá menos valor que en el momento idóneo en el que dudamos o no supimos actuar con la intensidad debida.
En todos estos casos, sobre todo en el de las relaciones personales, lo mejor siempre es dejarnos llevar por el pálpito de nuestro corazón, de la percepción que tengamos en ese momento (la mal llamada intuición), hacerle caso y tirar para adelante, pues no hay peor arrepentimiento en la vida, no hay nada que machaque nuestro cerebro con tanta intensidad como el lamento de no haber hecho o dicho algo cuando debió de ser hecho o dicho. El tiempo será amigo o enemigo, depende de nosotros.
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