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Creo que todos, sin excepción, nos hemos detenido alguna vez a pensar en la gran importancia que tiene la persona con la que decides crear ... una familia. Es lo suficientemente relevante como para que sea la persona en la que has depositado tu afecto, tu amor, el hogar en donde vas a vivir y todo el mundo de situaciones, complicidades, confidencias y conversaciones que van a girar durante buena parte de tu vida. Pero lo que quizá no nos hemos parado a pensar es la importancia que, además, tiene elegir un buen compañero de vida, sabiendo que en algún momento será la persona que cuide de tus hijos, que les eduque, que esté la mitad del tiempo con ellos, si es que te separas de esa persona y, sobre todo, que supondrá el 50% de la influencia determinante que tendrá sobre tus hijos para el resto de sus vidas.
Es conveniente elegir bien pues el 95% de la personalidad de tus hijos se construye junto con esa persona que has elegido. No es conveniente elegir por un subidón momentáneo, un capricho, por la apariencia, el poder, el dinero o cualquier otro aspecto que pueda tener la persona con la que decides vivir. Las parejas, estadísticamente, lo son durante un tiempo, pero los hijos son para toda la vida y la responsabilidad con la que les traemos al mundo tiene mucho que ver con nuestra propia felicidad en la segunda mitad de nuestras vidas. Quizá por mi interés por el conocimiento humano o por mi facilidad para la comunicación, he conocido muchas historias de vida de hijos frustrados, traumados o limitados por acciones o vejaciones de alguno de sus progenitores. También he conocido a muchos padres y madres que han lamentado y que lamentan el modo de educar, la transmisión de valores, los afectos, la responsabilidad o la firmeza en el modo de gestionar la educación de sus hijos por parte de ese compañero de vida.
Hace poco me contaron la historia de un párroco británico, con el sentido del humor que a este pueblo le caracteriza, que en una ceremonia de boda les decía a los novios que se estaban uniendo con la persona con la que más probabilidades tenían de que, al final, les quitara la vida. Lamentablemente la realidad de nuestros asesinatos machistas da la razón a esa ironía. Pues también debemos tener en cuenta que esa pareja que está con nosotros en el altar, de la Iglesia o del juzgado, puede llegar a ser el padre o la madre de nuestros hijos y, en algunos casos, puede llegar a tener una influencia desmesurada en la felicidad de los que son los más queridos, más aún cuando el amor de la pareja desaparece.
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