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Días atrás hablábamos de los nuevos pecados capitales, los pecados 2.0, y el primero que he identificado es el del exhibicionismo social, aupado por ... el abuso de la presencia en las redes sociales, por el mero hecho de mostrar y demostrar nuestras vidas. En las redes aparece lo peor de nosotros mismos (Twitter X), lo más histriónico (TikTok) lo de andar por casa (Facebook) y lo más aparente y demostrativo (Instagram). Si bien, las redes por sí mismas no son nada de eso, tan sólo son los cauces por los que nos mostramos en una sociedad que pensamos valora más lo que parece que somos, aunque eso difiera por completo de lo que realmente somos.
Buena parte del uso de las redes sirve para sublimar nuestras carencias, sobre todo las de nuestra capacidad de relación personal. Nos escudamos tras una publicación para decir o expresar lo que en directo no somos capaces bien para demostrar la potencia de nuestra apariencia física, feliz, capaz o económica, con el objetivo de ser visibles; si no estás ahí es que no eres nadie.
Tampoco podemos olvidarnos de los que se distinguen por rechazar todo lo que tenga que ver con la tecnología relacional, que presumen de ello en un acto de diferenciación para distinguirse del vulgo que está sometido a su tiranía.
Mi sensación, contrastable, es que se puede hacer un buen uso, por ejemplo, para generar nuevas oportunidades de conocer a gente interesante a nivel personal y también profesional o recuperar personas perdidas en el tiempo de la edad de vida. El uso siempre es inteligente permitiendo relaciones, sobre todo a distancia o por falta de tiempo, que, de otro modo, serían imposibles.
Pero los pecados siempre son excesivos y en el caso del uso abusivo de las redes se proyecta la necesidad de demostrar que somos más felices que nadie y lo guay que sería conocer a personas como nosotros. Es una ambición demostrativa que suele ocultar todas las carencias que adornamos en las redes. Un ejemplo: en las fotografías que compartimos, como sabemos que la sonrisa nos embellece, sonreímos siempre. Estadísticamente la risa nos adorna 17 veces al día, se multiplicaría por cien si ese fuera el número de veces que apareciéramos en las fotos compartidas en redes. En el lado contrario están muchos actores, influencers y personajes públicos que no sonríen ni aunque les hagan cosquillas; deben demostrar que están por encima de la debilidad sonriente, deben sugerir la intriga de qué hay detrás de su pose seria y distinguida. Ver para creer. Por Dios: ¡Viva la naturalidad! Y que piensen lo que quieran. Ser uno mismo es un valor seguro.
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Ana del Castillo
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