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El título no es muy sugerente desde luego. Este es un tema de candente actualidad, pues en España, ahora mismo, cada año, hay un 60% de divorcios con respecto al número total de matrimonios. Esta es la realidad, nos guste más o nos guste menos, ... en la que los tiempos cambian y, al igual que tenemos smartphones, internet o redes sociales, también tenemos unas relaciones personales vinculadas con el matrimonio diferentes a las de hace 40 ó 50 años. Esta realidad ¿qué es lo que produce? Pues que hay muchos hijos que se ven obligados a convivir con las parejas de su padre o de su madre y que no son sus padres. Digo «se ven obligados» porque no es algo que los hijos prefieran de manera natural; para ellos el cómo se llevan sus padres les es indiferente, lo único que quieren es un nido que sea estable, sin darse cuenta de que, en la mayor parte de los casos, si el nido sigue, la estabilidad va a dejar de existir, pero esto es harina de otro costal.
A lo que me quiero referir es a la figura de la madrastra o del padrastro, no tanto porque lo sean de modo oficial, es decir, cuando la nueva pareja se une en matrimonio a su padre o a su madre, sino que son personas que pasan a vivir el día a día con ellos, en la mayor parte de los casos en semanas alternas. La primera reacción de los hijos es provocar el rechazo de esas parejas, en muchos casos para tratar de lograr revertir el divorcio o la separación y que las aguas vuelvan al cauce habitual; esto suele ser complicado porque genera muchas tensiones, hasta que los hijos entienden que no es reversible. ¿Qué sucede entonces? Lo habitual es que la pareja del padre o de la madre ni pretenda suplantar al padre biológico, ni pretenda tener un cariño de orden similar, pero lo que sí se va a producir es una percepción, por parte de los hijos, de que esa persona interfiere en la nueva relación con su madre o con su padre, en la vida normal, en la de cada día y pueden pasar a convertirse en cuasi enemigos y, en el mejor de los casos, convivientes no intervinientes. Al final, así nos lo narran los cuentos desde tiempos inmemoriales, la madrastra o el padrastro pasan a tomar unos atributos de negatividad que luego cuesta tiempo resolver, sí es que se consiguen resolver. Me quedo con una frase de un «padrastro» que le dijo a su «hijastra», con la cual se llevaba muy bien: «no soy tu padre, pero te quiero como si fueras mi hija». El cariño y el afecto no tienen títulos.
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