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Acabo de comprobar que hace ya siete años en esta misma columna escribí acerca de los miedos y, teniendo en cuenta la relevancia que tienen en nuestro comportamiento, me tomo la libertad de volver a escribir de nuevo sobre ellos.
Todo lo que escribo sobre ... el comportamiento humano lo hago tomando como base mi experiencia personal, tanto propia como compartida con otras personas y también de todo lo que trato de aprender de todos los últimos conocimientos que se publican al respecto, incluyendo los más actuales descubrimientos con los que la neurociencla nos enriquece cada vez más.
Algo de lo que nunca he escrito es sobre el origen de los miedos y, con todo el respeto hacia los expertos en la materia, me parece interesante tratar de compartirlo contigo. Nuestro cerebro emocional es muy primitivo y está basado en la supervivencia de hace 30-40.000 años. Este cerebro lo que sabe es que si algo nos hace daño, se convierte en amenazante o potencialmente peligroso, nos tiene que proteger frente a ese daño potencial y la mejor manera que se le ocurre de hacerlo, es provocando miedos, paralizantes en muchos casos, para evitar que corramos el riesgo de padecer algo similar a lo que nos lo provocó. Esto que, en principio, es muy adecuado para la supervivencia, para nuestro crecimiento personal no lo es tanto y en ocasiones tiene sesgos temporales o circunstanciales que hacen diferentes los hechos que pueden ser amenazantes para nosotros. Por ejemplo, cuando invertimos en un fondo de inversión la letra pequeña nos dice que rentabilidades pasadas no garantizan rendimientos futuros. Bien, pues este es el mismo sentido de que circunstancias pasadas no tienen nada que ver con circunstancias futuras. Nuestro cerebro primitivo no lo entiende y limita nuestras libertades para tratar de evitar a toda costa que nos pase algo parecido a lo que en su día fue traumático o nos dejó lesiones emocionales de cualquier tipo. Por eso crea los miedos para 'protegernos' y lo que consigue, las más de las veces, es limitarnos, impidiendo una vida plena y satisfactoria.
Coincido con buena parte de la psicología actual en que la única forma de atajar los miedos es enfrentándose a ellos, mirándoles cara cara y desarmando su mundo de ficción y falsedad. Y si no podemos con ellos, si fueran más fuertes que nosotros, la única solución es impedir que penetren en nuestra mente. Lamentablemente los miedos se han convertido en uno de los mayores padecimientos de nuestra actual sociedad, y cuanto más inteligentes seamos, más sofisticados serán y más difícil será gestionarlos. Es importante saber que cuanto más tiempo lleven asentados en nuestro cerebro más tiempo tardaremos en expulsarlos: tanto dura, tanto cuesta.
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