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C uando estudiaba economía una de las leyes que más me sorprendió fue la ley de los rendimientos marginales decrecientes. David Ricardo fue uno de ... los grandes economistas de la historia que así la formuló como: la disminución del ingreso marginal de la producción a medida que se añade un factor productivo, manteniendo los otros constantes. Sin embargo, no quiero hablar de economía en este momento, aunque sí indirectamente pues hay una frase del psicólogo y premio Nobel de Economía, Kahneman, que dice «es cierto que los ricos pueden experimentar más placeres que los pobres, pero no lo es menos que, para quedar igualmente satisfechos, requieren también de más placer».
Esta frase que recientemente he leído me ha recordado la de los rendimientos marginales decrecientes y me parece fascinante que esa ley económica esté impresa en nuestro comportamiento humano, no solamente desde el punto de vista del placer de los pobres o de los ricos, sino de que la primera dosis de placer de algo tiene un impacto en el cerebro tan grande que queremos repetirlo y volver a experimentar esa misma sensación. Sin embargo, lamentablemente, nuestro cerebro está preparado para que las dosis sucesivas necesiten de mayor cantidad de impacto para generar la misma sensación de satisfacción. Sin ir más lejos, en cualquier tipo de adicción, drogas, alcohol, sexo o juego, el cerebro necesita cada vez mayores dosis y el impacto que generaron las iniciales se convierten en los primeros pasos de dosis sucesivas mucho mayores. Las personas con unos comportamientos intensos en la necesidad de sentir satisfacción, física o emocional, en los primeros pasos, con los 100 metros libres les vale y al final necesitan hacer una maratón para sentir la misma emoción.
La pregunta clave es ¿y cómo podemos conseguir intensidades de placer similares sin tener que llegar a generar la adicción o la necesidad de dosis incrementales, como sucede por ejemplo con los antidepresivos o los inductores del sueño? Creo que la fórmula mágica no va a ser del agrado de quienes están sometidos a esta tiranía del placer y no es otra que espaciar las dosis de placer, lo suficiente, como para que el cerebro se olvide de la dosis anterior. Dicho de otro modo cuando el placer de una copa de vino, del buen sexo, de una partida de cartas o de una pastilla para conciliar el sueño es algo excepcional, no hay hábito y el cerebro no planifica la repetición, entonces, seguramente, las mismas dosis provoquen idéntico placer y no habrá rendimientos marginales decrecientes. Quizá esta es una de esas situaciones en las que menos es más y además permite que nuestra mente domine a nuestro cerebro, más animal y primitivo, y no al revés.
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Ana del Castillo
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