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Hoy quiero compartir contigo una historia que, así se me ha permitido narrar por parte de quien lo vivió en primera persona y es la siguiente: «Hace muchos, muchos años, cuando bailaba en Coros y Danzas de Santander, fuimos al festival folklórico de Székesfehérvár en ... Hungría. En uno de los días del festival había una señora, muy particular, repartiendo caramelos; parecía como si, nosotros (puros desconocidos), fuéramos su única familia. Muchos pensaron que tenía un punto de locura, pero yo sentí mucha alegría en esas manos que daban y también vi sufrimiento en sus ojos y, probablemente, pensamientos en otra dimensión, alejada de la realidad… El último día de festival, estábamos todos subidos al escenario y el presentador llamó a la mecenas del espectáculo que, con su fortuna (devuelta tras haberla visto robada tras el holocausto), había sufragado los gastos del festival. Y, efectivamente, la señora que se subió al escenario, ante los aplausos de todos, a darnos las gracias por estar allí, lo hizo en calidad de superviviente de un campo de concentración nazi de la Segunda Guerra Mundial en el que perdió a toda su familia (asesinada) y, según nos dijo, los que allí estábamos éramos todo un regalo de vida».
Me parece una historia digna de compartir contigo porque, en ella, está reflejado lo peor y lo mejor del ser humano; está el asesinato, el vil exterminio, la degradación más absoluta de nuestra esencia como personas, junto a un acto puro de generosidad y de agradecimiento, por el mero hecho de existir, de vivir y de compartir todo lo bueno que le quedó, en su existencia, dejando a un lado todo lo malo. En cierto sentido las personas bondadosas y valiosas son las que han tenido vidas difíciles, complejas, duras y a pesar de ello, devuelven bien por mal.
Quiero destacar también la expresión de la mirada de aquella mujer, a la que el holocausto dejó marcada, herida, pero que no fue capaz de matar su bondad, sus ganas de vivir y de apoyar, personal y económicamente, cualquier muestra de alegría, cultura y solidaridad con los demás. Personas malévolas siempre se nos van a cruzar en la vida pero el cómo nos vaya con ellas sólo depende de nosotros mismos, para saber preservar, en nuestro interior, todo lo que nos hace dignos como humanidad. Es más, el mejor modo de liberarnos de esa tiranía es que no cale en nuestro interior. Sin duda, el auténtico regalo es esta mujer y su espíritu que ha de permanecer siempre vivo y positivo a pesar de todas las dificultades que nos ponga por delante la vida. Salir adelante en la convulsión es todo un mérito y creo que, además, es un buen presente para nuestro presente de cada día.
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