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Con independencia de las personas que por genética o por complicaciones en los primeros meses de vida, casi todos nacemos con un crédito de salud como si del 100% de la batería de un dispositivo electrónico se tratara. Nacemos con el contador a cero y ... según vamos avanzando en la vida vamos incorporando muescas, señales, taras, cansancios, defectos, accidentes, todo tipo de problemas de índole física o mental y estos van descargando la batería a un ritmo del que nadie, a priori, es consciente. Eso sí, cuando pintan bastos y nos vemos afectados por cualquier deficiencia siempre decimos «la salud es lo que importa», pero qué poco conscientes somos, con anterioridad, de la gran importancia que tiene esta frase.
En la infancia y, no digamos, en la juventud, la salud es un cheque en blanco, es un manantial eterno del que siempre fluye agua fresca y cristalina, con independencia de si le echamos barro o tierra al manantial o si estamos a punto de anegarlo, su surtidor parece infinito y que nunca se va a agotar… pero se agota, se atasca o comienza a salir el agua turbia y, en muchos casos, con poco o nada remedio posible. En esta época de la vida (que ahora se extiende hasta los 35 años) el cuerpo lo aguanta todo y más; todos los excesos son digeridos por él (alcohol, drogas, falta de sueño o de descanso, comidas grasientas, etc.), el mundo está a nuestros pies.
A partir de cierto grado de madurez empezamos a tener pequeñas fugas, en la medida de los excesos anteriores o por combinaciones de excesos con derivas genéticas, con el estrés o el colesterol y entonces comenzamos a entender que la salud sólo es eterna mientras dura. Comenzamos a cuidarnos, gimnasio, dietas, alimentación sana, descanso y empezamos a concentrar los excesos en los fines de semana y las vacaciones.
Y cuando llega la tercera edad (no digamos la cuarta) es cuando nos empezamos a acordar de Santa Bárbara, empezamos a ver al lobo, además de las orejas y, en muchos casos, tratamos de poner remedio a lo que ya es irremediable. Por este motivo, a todos los que ahora estáis en la juventud dorada os recomiendo que hagáis, además del plan de pensiones monetario otro en salud, ahorrando excesos para cuando la batería se empiece a acabar. Muchos de vosotros llegaréis hasta la centena de años y es muy recomendable que los últimos treinta o cuarenta años se puedan vivir con la máxima calidad en la esperanza de vida saludable (que en este momento está en los 70 años). En fin, que vale más prevenir que curar y ahorrar que lamentar. A vuestra salud!
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