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Con toda humildad he de decirte que creo que debiéramos de cambiar el concepto y la definición que le damos a la palabra bienestar. Si nos asomamos al diccionario podremos comprobar que define bienestar, en su primera acepción, como «el conjunto de las cosas necesarias ... para vivir bien». ¿Esto es bienestar? ¿Esto es lo que entendemos por vivir bien? ¿Esta es la sociedad del bienestar que queremos? ¿La de las cosas, la de los objetos, la de los recursos materiales? ¿Esto es en realidad lo único que nos importa y nos preocupa? Es indiscutible que necesitamos recursos para vivir, para subsistir, pero el objetivo de vida, para una inmensa mayoría (que debiera ser la totalidad) supera ampliamente la cobertura de las necesidades mínimas vitales y nos acerca mucho más a la satisfacción plena del hecho de vivir: amar, ser amados, ser valiosos y aportar valor a los demás. Esto es lo que carga las pilas de nuestro bienestar emocional.
Lamentablemente, la realidad de la salud mental y emocional de nuestro país no dice nada bueno de los españoles como sociedad y como individuos. Realmente, como sabemos, la felicidad consiste en estar satisfecho con lo que uno tiene, pero sobre todo, con lo que uno es. También podremos enfocar el tener en el sentido emocional, de tener afecto suficiente, tener amor, tener amigos, tener cariño y, sobre todo, tener seguridad y confianza en nosotros mismos. Estas tenencias, tras las necesidades fisiológicas básicas, nos aportan bienestar verdadero, el que se asienta en nuestra 'alma' de los sentimientos.
Considero que hemos fabricado una compleja y sofisticada sociedad del bienestar material pero nos hemos olvidado del malestar emocional, sofocándolo con pastillas para poder soportar, malamente, una vida que no se corresponde con la que hubiéramos deseado vivir. Es muy cierta la frase que reza que las vidas con amor, hacia otros y a hacia uno mismo, son mejores vidas. Estaría bien poder medir en España, al igual que se hace en otros países, la Felicidad Bruta Nacional, poner cifras a lo que sentimos. También habría otra posibilidad, absolutamente medible y es la de promover iniciativas que reduzcan nuestra dependencia de los fármacos para sobrellevar la vida. Somos el país número uno en consumo de ansiolíticos e inductores del sueño ¿Qué tal si fuéramos capaces de bajar diez puestos en este ranking? Señores gobernantes ¿Por qué no nos ayudan a conseguirlo? Entre todos lo podríamos conseguir.
En cierto sentido, y esto es lo que pasa con las nuevas generaciones, les doy la razón en que, en el límite, es preferible menos cosas y más satisfacción personal, sobre todo cuando ganar tantas cosas nos puede hacer perder tantas emociones satisfactorias. Este es un balance vital de sumas y saldos.
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Ana del Castillo
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