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Algo más de una de cada diez personas se siente sola en España, donde por primera vez se ha calculado el coste económico que tiene esto: en torno a 14.141 millones de euros, un 1,17% del PIB del país, según un estudio promovido ... por la Fundación ONCE junto a NextDoor. Este fenómeno, que afecta especialmente a mayores pero también se da en los jóvenes, tiene una prevalencia general del 13,4% (14,8% en mujeres, 12,1% en hombres) y los expertos apuntan a que el porcentaje crecerá a medida que lo haga la esperanza de vida. Pero el coste de la soledad no deseada, más allá de la salud, también se nota en quienes la sufren, que no pueden compartir gastos como la vivienda en un país en el que el alquiler es cada vez más caro.
La situación parece ir a peor. Según explica, Matilde Fernández, presidenta del Observatorio de la Soledad de la Fundación ONCE, antes de la pandemia la prevalencia era de en torno al 10% en hombres y al 12% en mujeres, mientras que ahora la media ya supera el 13%; es decir, aumentó dos puntos porcentuales tras la crisis sanitaria. «No se va a reducir, entre otras cosas, porque cada vez somos más longevos».
En el caso de los jóvenes, su impacto es especialmente sensible entre aquellos que se desplazan para trabajar o estudiar a un lugar en el que no han establecido círculos. La diferencia es que, a medida que avanza la edad, la soledad se cronifica. «Cuando la soledad llega a las personas mayores, llega para quedarse, salvo que se haga una vida de comunidad muy activa», sentencia Fernández.
Si bien la soledad es subjetiva, sí hay una serie de causas comunes que pueden hacer que aparezca. Pérdidas familiares, pérdidas sociales (aquí un ejemplo claro es la jubilación) y discapacidad o enfermedades crónicas. Las dos primeras, detalla Fernández, pueden llegar a ser salvables en el caso de las personas jóvenes, que con el tiempo pueden recomponer su situación y, en cualquier caso, tienen más opciones para hacerlo: «Cuando eres joven tienes más herramientas para encontrar soluciones y buscar alternativas». La tercera, no obstante, es «transversal» y «llena de soledad».
¿Cuál es el mejor antídoto para la soledad? La tolerancia y la aceptación. Si todos los que se sienten solos, y lo están, fueran capaces de aceptar que hay otros en su misma situación (con quienes se puede compartir tiempo en grupos de todo tipo de actividades, culturales y de ocio) con los que se pueden establecer vínculos, entonces se produciría el acercamiento y el fin del aislamiento. Lo que sucede es que, mayoritariamente, cuesta aceptar a esas personas y aceptar que las que quisiéramos no están, no quieren o no pueden estar con nosotros.
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