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Imagino que alguna vez hayas visitado o querido visitar la Torre Eiffel en París, el Palacio de Buckingham en Londres, la Fontana de Trevi en ... Roma, la plaza de España en Sevilla, la Catedral de Santiago de Compostela y tantos y tantos lugares y ciudades que desearíamos conocer. Imagino que alguna vez hayas viajado, si en la medida de tus posibilidades así ha sido, a muchos de estos y otros lugares. Incluso, si eres de algún pueblo pequeño, seguramente te gustará acudir durante un par de semanas en verano y ser un turista más de ese pueblo que algún día tu o tu familia abandonó y del que quieres seguir disfrutando.
Lo realmente preocupante sería que no tuvieras ningún deseo de viajar o de conocer nuevas ciudades, países, culturas, costumbres o gastronomía, porque de ser así, de sólo mirarnos el ombligo y creernos que lo mejor del mundo es lo que está a cinco kilómetros a la redonda de nosotros mismos sería, cuando menos, preocupante, por la cortedad de miras de un mundo que, hoy en día, está al alcance de las manos más que nunca.
Si, como espero y deseo, te gusta viajar (si te gusta conducir como nos decía aquella marca de coches hace años) eres un turista en ciernes, yo soy un gran turista, me encanta conocer nuevos lugares y culturas. Si así es ¿cómo es que podemos criticar y quejarnos de cuando otras personas de otros lugares quieren visitar nuestras ciudades o nuestros pueblos? ¿Nos quejamos porque tenemos la vida asegurada fuera de ese 14% de PIB que mueve el turismo en España? ¿Nos quejamos porque nos hemos convertido en intransigentes? O, peor aún ¿porque vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga turística en el nuestro? o ¿simplemente nos quejamos porque tenemos una vida triste y amargada y la única opción que nos queda es protestar contra aquello que consideramos excesivo?
Puede ser un inconveniente que en nuestras ciudades en verano cueste más aparcar; haya menos plazas en los restaurantes (muchos de ellos no estarían abiertos si no pudieran hacer el agosto en algún momento del año) o que las tiendas estén más llenas, pero no seamos tan obtusos de no entender y aceptar que el turismo es beneficioso para muchos negocios, para las ciudades que viven mayoritariamente de los impuestos que pueden cobrar a aquellos que quieren visitarlas. A mí, en particular, me encanta ver mi ciudad llena en verano, disfruto sabiendo que para muchas personas ha sido objeto de su deseo durante mucho tiempo, esperando que llegara ese momento y quiero ser consciente de que, socialmente, pocas cosas hay más hermosas que ver a la gente disfrutar en donde quieren estar.
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Ana del Castillo
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