Arde la noche

En ésta, el miércoles 24 de julio, el curso académico del Instituto Internacional de Música de Cámara de Madrid desarrolló un programa de lo más sugerente, con tres compositores tocados en el hombro por el ángel de la gracia: Mozart, Schubert y Schumann. A cuya representación asistí teniendo en memoria a tres añorados amigos: José Francisco Alonso (1936-1995), compositor, pianista, concertista; a Francis Pardo y a Ricardo Hontañón, musicólogos. De los cuales aprendí lo poco que sé de música en la tertulia de Los Sabatinos, que fundé en la pecera del Sonderklass.

Con los vibrantes acordes musicales resonando en la fosforera de los asistentes al concierto —donde observé muchas y muy notables butacas oficiales vacías—, la noche santanderina, umbral de la festividad de Santiago, se sublimó en la Segunda del Sardinero, con el concierto pirotécnico en do sostenido mayor de los fuegos. Los fuegos. Sin más. Los fuegos. Que es como en pejino se nombran los vistosos y estruendosos castillos de artísticos fuegos artificiales.

'Todos los fuegos el fuego' tituló Cortázar el cuarto libro de su particular cuentología. Entre las once y las doce de la noche, Santander rememora el fuego de los fuegos. Imposible conseguir un taxi, moverse en coche por la ciudad, avanzar en los autobuses. Riadas de gente se apresuran a llegar hasta donde los avisos previos anuncian el milagro de la noche: el fuego convertido en obra de arte mayor por mor de los émulos de Hefesto, dios griego del fuego y de la fragua. Arde la noche.