Artistas en el recuerdo

Raba, alumbrador de morenísimos huevos prehistóricos, esculturas construidas inicialmente en madera y luego con polímeros o lo que fuera aquello que, en su taller, tras el Alto de Miranda, lijaba incesante hasta conseguir el perseguido acabado ideal, la superficie de las superficies. De una visita a su estudio con Santiago Amón, de trágica muerte en helicóptero (1988), guardo una anécdota sublime. Calzando una mesa coja, Raba tenía un libro de Amón sobre Picasso. Con la calza daba utilidad práctica al libro de intratable lectura. Comprensivo, el escritor celebró en el almuerzo la ocurrencia del amigo: «Mis libros sirven al menos para calzar mesas cojas».

Quirós de los Grandes Expresos Europeos, según Pío Muriedas, alumbró una humanidad esquelética con aire espectral. Sus humanoides con piel coralina cuelgan de percheros óseos reñidos con lo convencional.

Decir que aquel fue un escultor y este un pintor es poco. Ambos alumbraron un universo propio. Virtud reservada a raros artistas. Raba y Quirós son únicos. Están en la historia por su originalidad. Raba se regodeaba en sus formas imposibles, propias de un mundo felizmente encontrado. En el patio del edificio que en la calle Alta ocupa el Parlamento de Cantabria pueden contemplarse excelsas piezas suyas. Raba y Quirós también están representados en el MAS. En vida, ambos fueron artistas caros. Hoy, la obra subida de precio de entonces alcanza niveles siderales. Al mercado no asoman obras suyas. Y lo que escasea en plaza ya se sabe que sube de precio como la espuma. Mas lo que de ambos importa subrayar aquí no es el precio de sus obras, sino su valor artístico. Que es inconmensurable.