La colilla del verano

En tiempo finisecular, 1900, tan popular establecimiento era un referente obligado: «Al lado del hotel del señor Colina, en el Sardinero, hay una alcantarilla que exhala malísimos olores. En bien de la salud pública y por consideración a los forasteros es urgentísimo su inmediato arreglo». Memoria quede. Colina, el dueño, presunto empresario de Cueto y seguro cofrade de santa Marta, patrona de Hostelería.

Un sacerdote palentino habitual de esta casa es simpáticamente conocido en plaza como 'el cura del Hotel Colina'. Justo marbete. Este ensotanado, de nombre ignoto y oscura teja, da a todo efecto el carpetazo a las vacaciones estivales: el veraneo. En 'Hoja del Lunes' (06.09.1965) lo confirma el siempre fiable memorialista y cáustico a ratos José Simón Cabarga: «Miércoles. ¡Albricias! Unos cuantos impertérritos del chapuzón en las playas me han contado haber visto paseando por Piquío al famoso 'cura del Hotel Colina'. Esto quiere decir que no se ha perdido todo, y que aún quedan gentes dispuestas a apurar la colilla del verano».

Dos saberes santanderinos en peligro de extinción: 1) Cura del hotel Colina, el que cierra el veraneo. 2) Colilla del verano, promedio del mes de septiembre. El verano se rinde al otoño. A nueva estación, nuevos atuendos. Paraguas, botas y chubasqueros. La caída de las hojas secas repicando va por parques, jardines, calles y plazuelas: «Otoño llama a la puerta para decirte que se acabó la fiesta». Adiós baños externos, chapuzones. Bienvenidos baños internos, lingotazos. «Por San Martín, fuego a la castaña y mano al barril». Matacios y magostas se anticipan ya con alborozo.