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Un año más. O un año menos, según se mire. En todo caso, un año que se va para no volver. Un canción navideña evoca nuestro irrevocable ser para la muerte: «La Nochebuena se viene. / La Nochebuena se va. / Y nosotros nos iremos, / y no ... volveremos más». Y con la Nochebuena, la Nochevieja, la noche más madura del año, la de las campanadas y las doce uvas, la de la sidra y el cava, la noche que recambia calendarios. En la prensa decimonónica era costumbre, qué pena que se perdiera, representar al año viejo con pinta decrépita, un anciano desmirriado, con la boca desdentada buscando el pecho, la espalda doblada, apoyando sus incurables reúmas y artrosis en un bastón de gruesos nudos. Y al nuevo año, todo lo contrario, como un bebé tierno y despistado, con pañal para las necesidades, adentrándose en la vida con precavido y titubeante paso.

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