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Yerto y frío, revés de vida. Tras la agonía, la ley natural de la gravedad ha impulsado la inerte cabeza sobre el lado izquierdo del pecho, partido y ensangrentado por la lanza de Longinos, romano de Cesarea.

Almohadilla de alivio ha puesto bajo la cabeza ... un alma piadosa. Los ojos cerrados a la despiadada luz del mundo. En los entreabiertos labios, resuena el eco de su caritativo ruego en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

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