Cueto de la Colina

Cueto de la Colina. Tan pomposo nombramiento lo tendrán en mucho los de Cueto, que son muy de Cueto; entiéndase muy pagados de su historia, pasado, gente, costumbres y tradiciones. En 'Calles del viejo Santander' (1999), El Machinero, cronista muy pegado al terreno, incluye una foto de indicado establecimiento con una descripción por demás culterana: «El Colina, de dos plantas y una tercera a nivel inferior, en la que radicaban la cocina y el comedor, pasaba por ser uno de los establecimientos más antiguos del gremio, en El Sardinero. Quizás no fuera 'au grand confort', pero doña Martina, la dueña, siempre supo obviar ese pequeño lunar –caer en brazos de Morfeo arrullado por las olas de la rumorosa playa– con cartas dignas de Epicuro. Tenía además el hotel mucha literatura y justa y bien ganada fama en el hospedaje de la clerecía. Era sabido y contado en la prensa local de año en año que cuando el último cura pedía la cuenta en el Colina había concluido el veraneo de Santander. Más o menos como ahora, pero sin preste ni doña Martina, que en gloria estén».

Conste para los anales de la ciudad. Curas que vivían como curas daban carpetazo al veraneo santanderino. Los ensotanados o todobragueta pedían la cuenta en recepción. Pagaban religiosamente la estancia. Y, morenos de verde luna, tornaban motorizados a sus parroquias de secano. A cumplir su misión pastoral como Dios mejor les daba a entender. Con marino yodo en la santa piel.