Hastío funcionarial

«Esta vida en que lucho / es ¡oh Manuel! pesada impertinencia / y aunque la envidia mucha / gente sin experiencia / no es posible sufrirla con paciencia. // Apenas con esfuerzo / Febo sus rayos a las once manda, / engullo un pobre almuerzo / dejándome la holanda / y al consejo me vengo, anda que anda. // Rechinando los dientes / como aquel que limón come a pedazos / cojo los expedientes / con numerosos brazos / que quisiera tratarlos a balazos. // Con la sangre irritada / los quiero despachar... y me mareo / sin que me importe nada / de cuanto en ellos leo / porque sólo largarme es mi deseo. // Me voy a casa... Como, / y a nada saco gusto, aunque Sofía / me de perdiz o lomo / duermo... y mi fantasía / sueña que he de volver al otro día. // Doquier oigo un acento / que terrífico exclama ¡¡Perezoso!! / mi sangre helada siento / pero ¡ay! es horroroso / servir con un mayor es laborioso / ¿Y es esto acaso vida? // Dímelo; si piedad tienes de un pobre / si en ti el amor anida / con lo que a ti te sobre / haz que sin trabajo el sueldo cobre».

Tal arbitrariedad no se consumó. Y Arnao, vecino de don Marcelino [Menéndez Pelayo], siguió alternando el funcionarial trabajo alimenticio con la poesía mayor. Que le valió un sillón en la Real Academia Española.