Los hijos del Casto

El rey, primer peregrino del Camino de Santiago, pica espuelas, que picar espuelas se le da de cine. El caballo trota hacia la Finisterre. Y, al adentrarse en un tupido bosquedal donde medra el lobo y canta el urogallo, un bienavisado joven le anuncia: «Majestad, internarse en lo umbrío no está exento de peligros». El rey le toca el hombro con la espada, invistiéndole así caballero. Y, muy pagado de sí, le responde: «¿Qué rey sería yo, muchacho, si no me atreviera a cruzar mi reino a caballo?».

En el Principado de Asturias han producido un vídeo promocional muy emblemático. Título: «Alfonso II. El primer peregrino». A quien se ve partir a caballo en busca de su cantado destino: validar el mítico descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago (por el año 820) en la gallega diócesis de Iria Flavia. Donde mandaría construir la prístina basílica jacobea, de piedra sillar y madera de roble. Apenas un hórreo con altas miras al encapotado azul del cielo. En el Libro de los Hechos, en el que todo está escrito desde el principio de los tiempos, ya consta que su nombre y apodo quedará por siempre ligado a la historia del Camino de Santiago como 'el primer peregrino'. El Casto no tuvo hijos carnales. Mas, por extensión, todos los que hacen el Camino son hijos putativos suyos.