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Todas la calles tienen historia, su historia. Que el Ayuntamiento de Santander, que para eso está, ha de conocer, documentar, salvaguardar y difundir para general ... conocimiento. Como la imaginación aún no ha llegado al poder, la remodelación de la calle de San Francisco, que ha costado más de un millón de euros, se ha saldado con fastos varios. Sin que la Casona municipal que ha llevado a cabo tan plausible obra de modernización con guapo enlosado, haya tenido a bien imprimir una papela conmemorativa en honor y memoria de los veintiún vecinos de esta calle que el Padrón de la ciudad de 29 de enero de 1710 registra con sus nombres y apellidos. Salve.
Una veintena de vecinos de cuando Santander era urbanamente un cascarón de nuez, con una abadía que al erigirse en obispado (1754) conllevó la automática ascensión de villa a ciudad (1755) por obra y gracia del velazqueño monarca Felipe VI. Veintiún santanderinos (con nombres y apellidos) de un nomenclátor donde las viudas, que en la calle de San Francisco eran dos, se contaban por medio vecino a efectos catastrales. Cosa de los tiempos.
Quienes quieran saber de sus gracias, las hallarán puntualmente referidas en el primer tomo de 'La Provincia de Santander considerada bajo todos sus aspectos'. Obra monumental que en la ciudad donde fue concebida y nació para la eternidad nunca ha merecido ser considerada 'un monumento enciclopédico'. Que lo es. Un locuaz monumento de papel. Lo que, asimismo, fue toda la calle de San Francisco en sus inicios. Calle de imprentas y periódicos. Calle del Boletín. Calle de enlevitada gente de pluma redactando a la carrera artículos en los cafés. Calle corta, estrecha, umbría, familiar, con olor a tinta litográfica y letra impresa. Locuaz precedente de la calle comercial cuya luminosa renovación en estos días de calores agosteños se celebra con fastos cuyos ecos promocionales ya se han extinguido.
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