El ilustre vecino del piso de arriba

A menudo, el novelista se daba un bureo por los talleres, para respirar tinta litográfica y flagelarse con el cansino ruido de las impresoras. Otra veces, era Ángel Quintana Lafita, director de El Diario Montañés, quien se hacía acompañar de José María Quintanilla, gerente de La Propaganda Católica, cofundador del DM, máximo valedor de Pereda y perediano hasta el punto de usar como seudónimo periodístico el título de una memorable novela del de Polanco: Pedro Sánchez.

Quintana y Quintanilla, amigos incondicionales, nada más enterarse de que Pereda andaba en ahogos pulmonares subieron a consolarle. Imposible. Dentro, estaba Sixto Córdoba, virtuoso párroco de Santa Lucía, administrando al paciente los últimos auxilios espirituales. Conciliados, los doctores Ballesteros y Riva Herrera en vano trataron de encontrar algún remedio para aliviar el ahogo de muerte que al ilustre paciente le aquejaba. Un colapso acabó con su vida, sin poder aliviarle la agonía con morfina a discreción. A las once de la noche, certificaron su muerte. Y fue un vecino de planta, Ricardo Ruiz, quien voluntariamente asumió la cruz de comunicar tan triste nueva a la prensa y organismos oficiales. A las doce, El Cantábrico, La Atalaya y El Diario Montañés coincidieron en componer una primera de urgencia, a la carrera. Y de urgencia, también, fue el proyecto que urdieron Quintana, Quintanilla, Huidobro, Menéndez Pelayo, Ortiz de la Torre, Solano y Rodríguez de Bedia: «¡Algo habrá que hacer por Pereda!».

Y lo que hicieron fue 'Apuntes para la biografía de Pereda', un número extraordinario de 40 páginas que apareció el primero de mayo de 1906. Cuya razonada reedición facsímil mucho está tardando en ver la luz.