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Santander tiene asegurada su inmortalidad mientras crezca espontáneo el acanto. Como espontáneamente crece, sin que nadie lo plante ni cuide ni mime ni recorte ni riegue en un rincón de la Avenida de los Infantes, cabe el Alto de Miranda, cabecera de la parada del ... autobús; donde en tiempos estuviera la tienduca de Obregón, tendero de verdosa bata y exquisito trato.
El acanto es planta de anchas verdes hojas lobuladas cuyas flores crecen verticales como lanzas buscando ser coronadas por el azul del cielo y las tornadizas nubes. Es planta cultísima. Tanto que podría recitar de corrido a la digitalizada sociedad actual la inmensa cultura que a Hispania trajo la aventura.
Las vistosas hojas del acanto fueron tomadas por los antiguos escultores griegos como singular elemento decorativo. Sobre todo, como ornamento de los capiteles de las columnas corintias, cuyo tipo de decoración, tan familiar al ojo, pasó a la escultura romana y continuó en la bizantina. En el simpar 'Diccionario de Símbolos' (1969) de mi añorado amigo, colega y maestro en ensoñaciones Juan Eduardo Cirlot, consta para la eternidad que «la hoja de acanto, tema ornamental muy frecuente, fue investida durante la Edad Media de un preciso simbolismo derivado de su dos condiciones esenciales: su desarrollo (crecimiento, vida) y sus espinas».
De lo vivo a lo representado. En la arquitectura santanderina hay ornamentos de acanto que conviene ir descubriendo y catalogando. Comenzando por el edificio del Banco Hipotecario, Castelar 1, en cuyos elegantes balcones luce el acanto sintetizado en las blancas esquineras.
Visionario por ciego, Borges sentenció «que todos los animales son inmortales, menos el hombre». Pragmático a más no poder, Woody Allen se expresó al natural: «No quiero alcanzar la inmortalidad por mi trabajo, sino simplemente no muriendo». Que levante la mano quien discrepe. La inmortalidad existe mientras roncamos. Lo demás es recuerdo.
Como el del servicial tendero Obregón, a quien tan elocuentemente inmortaliza en el solar de su extinta tienda el acanto.
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