Cuando muge la mar

Como pertenezco a la legión de los que nos ahogamos en la orilla por falta de ingenio y habilidad para mantenernos a flote, mis conocimientos de este fenómeno natural son muy superficiales. Por lo visto y leído, las olas que se forman en el mar, en cierto momento del año, pueden alcanzar una altura de ocho metros, equivalente a un tercer o cuarto piso. Para remar quinientos metros hasta el imponente muro que la descomunal ola forma, los surfistas cuentan con tablas especiales, que justamente llaman 'pinchos' por su forma alargada, de más de diez metros. Saber coger la ola por el punto adecuado es ciencia sólo a su temerario alcance. Toda precaución es poca. Si una ola de tal calibre cae sobre un surfista, Dios no lo quiera, lo que le cae en esa lotería adversa son cuatro toneladas de agua. Un golpetazo de cuatro mil kilos de agua salada con sus peces es mortal de necesidad.

Con tan breves nociones, acudo a la Vaca Gigante. Y lo que veo me sobrepasa. Infinidad de caravanas llegadas de allende los mares, gente disfrazada de pingüino, con el pincho (pala) al hombro, descalzos o con chanclas de rana. A santa Marea y a santa Altamar pido que no haya víctimas que lamentar. Que los del neopreno salgan con bien de su empresa. Triunfantes, como Venus de su concha.