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Un amigo me manda una foto desde Suecia, una instantánea callejera conmovedora. En el esquinazo de un elegante establecimiento lucen dos paneles complementarios. En ambos, ... hay percheros con prendas muy dignamente colgadas. Delicadamente expuestas. Sobre el conjunto, una leyenda luminosa advierte al viandante: «Toma una chaqueta si la necesitas. Deja una chaqueta si te sobra y quieres ayudar».
Aprender esta lección de los suecos se impone, adoptar su inspirada idea y hacerla propia. ¿Por qué no intentarlo aquí, en Santander, en Cantabria? ¿Por qué no poner en un lugar porticado de la ciudad (Pombo, Porticada, Cervezas, Valdecilla, Rhin, Alisal...) un muro de la solidaridad donde quien lo necesite pueda discretamente y sin reparo alguno tomar una chaqueta, un chándal, un chubasquero, un gorra, unas botas, unas playeras, un impermeable, un paragüas...? Prendas, en fin, generosamente dejadas por alguien deseoso de ejercer con amor y elegancia la caridad.
La caridad —compendio de todos los preceptos, según San Agustín— o es anónima o no es caridad. La idea sueca es fabulosa. Caridad elegantemente ejercida. Raro será quien no tenga en casa una prenda de vestir o de calzar sobrante, en buen estado, seminueva, de la que se haya aburrido y ya no se la ponga. Depositarla en una bolsa de plástico en un contenedor de recogida de prendas está bien. Pero harto más elegante es el modelo sueco, colgarla en una percha, limpia, desinfectada, alisada y, a ser posible, planchada. De suerte tal que atraiga al necesitado que no tenga reparo en probársela y embutirse en ella.
Según el Talmud, el pobre hace más bien al rico aceptando su caridad, que el rico hace al pobre ofreciéndosela. Obviamente aquí no se trata de pudientes y no pudientes. Sino de prendas de vestir o de calzar que pasan de quien no se las pone a quien las necesita y se las lleva puestas.
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