Olvidados héroes de guerra

En primera. Lutos de respeto, signo de la cruz: «El señor D. Andrés Sáenz de Buruaga y Polanco, capitán de las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, muerto gloriosamente en el combate del día 22 del corriente (Melilla), a los 26 años de edad. R.I.P. Su madre doña Concepción Polanco (viuda del general Buruaga), hermanos y demás parientes. Suplican a sus amigos le encomienden en sus oraciones. El funeral por su eterno descanso se celebrará el sábado, 1 de septiembre a las diez de la mañana, en la iglesia parroquial de Suances. Suances 28 de agosto de 1923».

Tremendo sacrificio humano. Tan lejos de casa y de los seres queridos, en tierra yerma. Nada, ni todo el oro del mundo paga una vida cercenada para siempre en la flor de la edad, combatiendo por ganar o mantener una posición, un cerro, una loma, un par de palmos de desierto, una trinchera... Decididamente, no. Nada justifica que la vida, lo único que en verdad es nuestro, se diluya estérilmente llevando el pulso a un contrario en el campo de batalla.

A saber cuántas vidas humanas costó a España la guerra en el Rif, la guerra colonial, aquellos monstruosos conflictos regados con joven sangre española que del rey abajo nadie supo parar. En interiores, el obituario conmueve: 'Ha muerto gloriosamente el joven y bizarro capitán Sáenz de Buruaga', 'ha caído peleando como muchos otros compatriotas nuestros sacrificando su vida por la patria'. Sí. Tan desamparadamente solo como el herido de muerte cuya agonía en un camión relata Pick, corresponsal de guerra, en 'El legionario que vimos morir'.

Cien años después, su heroica memoria sólo se salva ya por la literatura.