Con palmeros al remo

A un paso de la Plaza de Toros de Cuatro Caminos, Miguel Hernández viaja conmigo en el bus. En el Grupo Velarde, en la plaza del Dos Mayo, los vecinos se preparan para festejar con música y cohetería al héroe de Muriedas, el bravo militar que se enfrentó a las bayonetas francesas a pecho descubierto, con un par. Me acompaña 'El rayo que no cesa'. Que abro a ciegas por la página exacta.

Yo sé que ver y oír a un triste enfada / cuando se viene y va de la alegría / como un mar meridiano a una bahía, / a una región esquiva y desolada. / Lo que he sufrido y nada todo es nada / para lo que me queda todavía / que sufrir, el rigor de esta agonía / de andar de este cuchillo a aquella espada. / Me callaré, me apartaré si puedo / con mi constante pena, instante, plena, / a donde ni has de oírme ni he de verte. / Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, / pero me voy, desierto y sin arena: / adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

Amagar con irse y quedarse. Me voy, pero me quedo. El mucho leer prueba que todo está en los libros. La realidad puesta ante un espejo cóncavo produce un esperpento. Genial Valle Inclán. «Para no morir ahorcado, se vistió de colorado», salmodiaba el saqueado pueblo español viendo al ladronazo Duque de Lerma investido cardenal para salvar el garguero. Tras cinco días deshojando la margarita, el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, declara en la Moncloa que de irse nada de nada. Se queda en la barca que nunca pensó abandonar. Con palmeros al remo.