La pasiega del zorzal

Orgullosa, sale a la solana la primogénita de la casa, secándose las manos en un delantal. Vibrante por el talle. Graciosa por el mirar. Le gusta ver despuntar el día, que el primer rayo de sol le miniaturice el rostro para un medallón. ¿Qué fue de los zorzales que durante toda la noche sonrieron su sueño de bien casar con barquillero e ir a París a vender barquillos? Fama es que si los zorzales cantan en la espesura del bosque copiosa lluvia habrá. Y si es en descubierto, claro día y sol gozoso.

Raja troncos para el fuego el padre en la leñera. Que leña no falte al llar. Mientras, la incansable madre amasa pan en la cocina, que para el cotidiano uso de la mesa sobre. Y sobaos y quesadas, para el mercado semanal. A la paz del día, la vida en la cabaña vividera es un rodar y rodar.

Zorzal común. Avecilla de todas las horas del día de buena parte de los días del año. De la caridad de Ciuca vive la bandada. Generosa, la pasiega siembra restos a su alcance y pone botes con agua. Pasando, sin parar de pasar, para el bizcocho del desayuno la harina por el tamiz.

Alirrojo es su zorzal preferido. Al que llama 'Pequeñín'. Un ejemplar con pinta de monaguillo avispado. Como el vaquero del pueblo vecino por el que pierde los vientos, cuando la mira y remira y le jura amor eterno en la cambera.

La mesa recogida. Se ha comido bien. No en demasía. A su delantal con migas acuden los zorzales para la merienda, comandados por un replumado zorzal con más vuelos, mundos y latines que un salmantino doctoral.