Pasión viviente en Castro

En la explanada, ante la iglesia, lectura del edicto de Poncio Pilato. Que se resuelve en condena popular y acuña una metáfora para la historia: lavarse las manos, que equivale a exonerarse de culpa. Quien condena no es el prefecto romano, sino el pueblo judío, que entre Barrabás y Jesús, clama que se ajusticie al que se nombra rey de los judíos y presume de Mesías. Seguidamente, habrá encendido de antorchas y recorrido con chisporroteante cera en ascuas por las intrincadas calles del casco antiguo de la localidad, con las olas marinas poniendo música de fondo a los redivivos pasajes bíblicos: registro de la leprosería, carga romana contra los mercaderes, encarcelamiento de los ladrones en Torre Antonia.

Memoria viva de la más grande historia jamás contada: la última cena, la oración en el huerto, la traición de Judas, el prendimiento, la negación de Pedro, el viacrucis (al que he dedicado un acróstico traducido en varias lenguas). Patético Viernes Santo, donde en vivo se escenifica los pasos, escenas y estaciones con los que hemos crecido: el Sanedrín, Anás, Pilato, Cristo despojado de sus vestiduras, azotado, sangrante con la cruz a cuestas, la madre, María, saliendo a su encuentro, la Magdalena, la Verónica, el Gólgota, la crucifixión, la lanzada de Longinos, la expiración, la bajada de la cruz, la resurrección. Todo vivamente representado en vivo. Con fidelidad histórica. Por vecinos de Castro. ¡Salve, Castro!