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Tal vez algún día merezcamos vivir sin políticos, ironizó Borges. Y nada. Tal favor del cielo cada día se vislumbra más lejano, esquivo e inalcanzable. ... En vísperas de elecciones, los políticos pajarean como moscas cojoneras. Paras las inminentes elecciones comunitarias y municipales se anuncian a pares. Dos por el precio de uno.
El principal del cartel, para presidente de la Comunidad. Y el conmilitón, para alcalde capitalino. Los carteles publicitarios que inundan la ciudad son más sosos que el arroz con leche sin canela. Caras retocadas, en primerísimo plano, sin patas de gallo, ni bolsas bajo los ojos, ni canas inconvenientes. Los hay en las paradas del bus, en las farolas, en los semáforos y en los pasos colgantes de ciertas avenidas.
Mismamente por la de los Castros. Donde el viento sur convirtió una banderola publicitaria en un ocho de confitería. A los cartelones más accesibles, les han pintado una alusiva bola roja de payaso en la nariz. Con tan llamativo apéndice, tipo manzana caramelizada, inspiran simpatía. Mas, la verdad sea dicha, tal falta de respeto riñe frontalmente con la cortesía y el civismo. En los buzones de correos de las porterías también prolifera la propaganda electoral. Un sobre por cada vecino censado, por tantos partidos que se presentan, tantos sobres por vivienda. Y, de rebote, en las papeleras urbanas.
Adonde la mayor parte de la propaganda electoral acaba irremisiblemente yendo a parar. Que tal dispendio, un pastonazo, se repita elección tras elección parece inevitable. Como inevitable, también, es la mala redacción de las filípicas que los candidatos dirigen a los potenciales votantes, ya desde la salutación, querid(os/as), vecin(os/as), santanderi(nos/nas), cantabr(os/as). Al paso que vamos acabaremos todos tontos de remate. Y sin esperanza alguna de que se apeen del cansino ofrecimiento de 'poner en valor' esto y lo otro que hacen quienes sólo aspiran a ponerse en valor ellos mismos. Vótenme, porque yo lo valgo.
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