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La correspondencia entre un abogado, editor y bibliófilo y Camilo José Cela, el escritor que alcanzaría el Premio Nobel, y su amistad a través de ... la común pasión por los libros. Que a tantos nos inocularon en popia vena. Y no tanto por el libro en cuanto que objeto, sino como autovía para el sueño vertical. Búsquese en Editorial Renacimiento. Biblioteca de la Memoria, edición de López Delgado. Y que no se lo pierda quien aspire a sabe cómo era la relación epistolar entre literatos antes de que llegara la simpleza actual de los whatsaps, con sus estandarizados emoticones que ríen o lloran a discreción, según convenga al momento. Comunicación al alcance de todos llaman a esto.
Entonces, hasta los ochenta, era otra cosa, terreno sólo accesible para los privilegiados que tenían algo que comunicar y sabían comunicarlo. Dos grandes de la literatura española se cartean. Durante diez años y medio, desde febrero de 1963 hasta agosto de 1973. Cela, escritor y editor de Papeles de Son Armadans. Y Pérez Gómez, editor de libros de bibliofília, ejemplares raros que fluyen merced al propicio facsímil. O por voluntad del cielo, cabría añadir.
De Papeles de Son Armadans, de aquél; y de La fonte que mana y corre y El ayre de la almena, empeño personal de éste, hubo en Santander infinidad de suscriptores. Y los ejemplares de ambos hoy se buscan como rosquillas y sólo se encuentran en las librerías de viejo. Cuando la suerte sonríe a quien con ahínco busca, sin dejarse ganar por el desánimo.
Personalmente, de tan sustantivos editores atesoro perlas. Que, en Santander, quedarán. Sin prisa ni pausa colmo huecos. Facsímiles a dos bandas. La edición príncipe del Quijote, El libro de guisados o El cipote de Archidona (Cela). El arte de las putas de Moratín, Cancionero de Burlas o Carajicomedia (Pérez Gómez). Admirado coleccionista de ambos, el poeta santanderino Gerardo Diego y un servidor de las artes.
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