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Hubo un tiempo en que buena parte de la población española se sometía voluntariamente al rito anual del Miércoles de Ceniza. Los creyentes iban a la iglesia a que el sacerdote les pusiera la cruz de ceniza en la frente por firme fe religiosa. Y ... otros, por costumbre. Salir de la iglesia con la cruz de ceniza en la frente y llevarla a todas partes hasta que la cruz de ceniza se borrara sola era un timbre de gloria, algo que ni se ocultaba ni se exhibía, simplemente era así. Tal cual se cuenta.
Sólo por eso, aquella sociedad no era mejor ni peor que la actual. En absoluto. Diferente, sí, más apegada a la costumbre, a la enseñanza heredada.
Antaño y hogaño, el miércoles de ceniza es un día santo cristiano de oración y ayuno. Lo precede el Martes de Carnaval, los desfiles carnavalescos, con desmadre o sin desmadre, y es el primer día de Cuaresma, seis semanas (cuarenta días) de penitencia antes de Pascua. En definitiva: el umbral de la Semana Santa.
La ceniza, cuya imposición constituye el rito característico de esta celebración litúrgica, se obtiene de la incineración de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año litúrgico anterior. En lo tocante a la ciudad de Santander, oído al parche, en la noche del Miércoles de Ceniza comenzaba el Año Cómico. Documéntase así en el BOPS del 2 de febrero de 1836: «A su fin toca ya el presente año cómico sin que el Boletín haya desplegado sus labios para hablar del Teatro de esta ciudad; si tal nombre merece un almacén malamente habilitado para representaciones dramáticas». Y lo confirman sucesivos pliegos de condiciones del Ayuntamiento: «Se arrienda el teatro de esta ciudad por el año cómico que comenzará el miércoles de ceniza del año 1865».
Hoy, no es infrecuente que el año cómico, el teatro, se manifieste estentóreamente en los plenos municipales.
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