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En 'Impresiones de una excursión' (1923), Luis Soler González Fano, redactor de 'El Cantábrico', tras una placentera gira en coche por las carreteras pasiegas de ... entonces, relata de corrido que la tía Moronda tiene una humilde tienda, en el centro de la Vega de Pas, plaza del doctor Madrazo, a cuya entrada encuentra sentada a la anciana cuidando en un cuévano de su resobrina. Término en vía de extinción, si no ya extinto, que vale por «hija de una prima carnal».
La prima carnal ayuda en el obrador. Y en los entretantos, la tía Moronda cuida de la resobrina. Brava estampa pasiega que rescato del olvido para la memoria. Una tienda pueblerina cuya puerta guarda la tía Moronda, meciendo el cuévano donde madura para la vida la resobrina.
De los pormenores del relato, rico en matices, cumple resaltar que la parada en la Vega es para comprar «sobaos». Providencial mención. De momento, es el primer artículo periodístico en que el término «sobao» aparece descrito al detalle. Aclarando, para los lectores capitalinos que los sobaos son «unos pasteles riquísimamente confeccionados a base de mantequilla, huevos, harina y azúcar, y que constituyen un manjar delicioso». Tan puntual aclaración prueba que en aquellos años veinte, el sobao pasiego andaba muy lejos de alcanzar la popularidad universal de que hoy goza.
Lamentablemente, la tía Moronda no tiene sobaos, se le han acabado. Sin cortarse un pelo recomienda ir a buscarlos a una tienda vecina. Los detalles de dicha operación revelan que el sobao escasea porque se hace sólo para el día.
Y va de anécdotas. Para adquirir unos quesucos, los excursionistas se ven obligados a sacar del baile a la vecina que los vende. A tanto la pieza, sin pesarlos. Y, anocheciendo ya, los excursionistas regresan a Santander con los sobaos y los quesucos bien puestos.
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