Tempus fugit

El tiempo corre que vuela. El primer domingo de enero se celebró en Silió la mascarada de invierno, la Vijanera, con personajes tallados a escoplo: la Pepa con el mozu al hombru, el danzarín blancu, los viejucos, el osu y el amu, el zarramaco con ... cencerrus, el danzarín negro y demás festiva cohorte. San Antón (12 de enero) bajó la persiana de villancicos y turrones, fiel al clásico anuncio que así lo proclama: «Hasta San Antón, Pascuas son». Pasó también la Candelaria o fiesta de la luz, de las velas o de las candelas (2 de febrero), que conmemora la presentación de Jesús en el templo. Y consumado quedó, también, el Carnaval o las Carnestolendas, con inicio en jueves lardero y final al martes siguiente. Tiempo de permisividad y desmadre, de reinones y reinonas, máscaras, disfraces, caretas y carnes pudendas al aire. Como manda tradición, el Miércoles de Ceniza (22 de febrero) se quemó y enterró la sardina, con gente muy de bota y nada devota anunciando a los cuatro vientos patrios consumado el mundano cachondeo, preludio de la Cuaresma, tiempo de ayuno y abstinencia, de no comer carne en miércoles y viernes quienes siguen la tradición a pie juntillas; tiempo de creyentes que hacen cola ante los templos parroquiales en cuyo altar mayor el sacerdote vestido de riguroso morado penitencial les hace en la frente con ceniza la señal de la cruz. El primer viernes de mes (3 de marzo), en ciudades, pueblos y aldeas, los fieles acudieron al clásico besapiés del Cristo de Medinaceli; que, como es ubicuo, está en todas partes. Y los hábitos nazarenos, túnicas y capirotes, antifaces y sandalias, cíngulos y rosarios, velones y escapularios, se revolvieron en los arcones y armarios proclamando llegada la hora de ponerlos en luz, plancharlos y almidonarlos, para las inminentes procesiones de Semana Santa. Tiempo de pasión ya a la vuelta de la esquina.