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Para la Cofradía de los Cocidos, que celebra Capítulo y Carrera de Albarcas, de corrido escribo: En términos filológicos, un carajillo es un carajo pequeño. En los bares levantinos, se bromea chascando los labios: «Nada para aclarar el galillo como un buen carajillo». Los carajillos ... pueden ser de anís o de coñac. De anís seco, claro. Y el coñac, de Fundador (marca) o del Dios que lo fundó (garrafón). Que sea de Magno, ya es la leche. Y quemar el coñac en una cucharilla antes de ponerlo al café, la leche del refinamiento.
A cuenta del carajillo se bromea en las cafeterías: «Sírveme un carajillo, a ver si se me pone la leche buena, que me he levantado hoy con la leche jodida», pide al camarero un menestral que ha amanecido con mal pie. Los nazarenos que aguardan la salida de la murciana procesión de Viernes Santo, toman carajillos a mantas, de coñac, de anís o mitad y mitad, para llevar con garbo el paso de la Última Cena, que es de la procesión de la mañana de Viernes Santo el que más dobla el lomo y engatilla la esparteña. Que se nombre 'carajillo nazareno' al que ingiere quien viste túnica morada, encarnada, magenta o la que imponga la cofradía de turno es llamar a las cosas por su nombre.
Después de una comida opípara, sienta de perlas un carajillo. Cortesía de la casa que el camarero arrima espontáneamente, adivinando la intención del cliente por la sicología que procura la veteranía en el oficio. Elemental es que llegue en vaso, no en taza, a la mesa. Sobre la cual, el camarero rechulonamente planta la botella del coñac de marca para que el cliente se sirva a discreción. El carajillo y el asiático (cartagenero lujo de los paladares) ni siquiera son de la familia. Con dos granitos de café tostado, el asiático enamora a los que tienen pronto el retrogusto. Natural canela en rama.
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