Verde, morena, salada y picante

Qué tiempos aquellos en que la actriz, de presunta estirpe hispana, demostró que la imaginación no tiene límites. Quién lo habría de decir. Embutida en su asardinado traje negro, la contorneante y sensualísima diva se sacó de la manga (nunca mejor dicho) un striptease de campeonato con sólo quitarse un guante. Un guante a plazos, por fascículos, que se iba bajando centímetro a centrímetro ante el incesante rebuzno de la masculina legión.

A los de pantalón corto de mi generación se nos advertía que iríamos al infierno de cabeza si nos plantábamos ante el pecaminoso cartel que en la puerta del principal cine de la ciudad anunciaba el film del que, babeando, hablaban los ojipláticos señores mayores, caracterizados por el bastón de caña y el caedizo bisoñé. Superadas las pasiones suscitadas por el film, las gildas de bares, tascas y mesones son un reclamo para los adictos a la tapa que se paga. Nada que ver con la regalada (voluntad del tabernero), una loncha de presunto embutido ibérico a través de la cual se divisa Trump y Putin poniendo en jaque al mundo. En Santander no hay motivo para la queja. En todas las barras, debidamente protegidas, florecen fuentes con insinuantes gildas en versiones varias. Más o menos picantes, con remate de guindilla para los paladares bravos y con remate de queso de nata para los paladares más remilgados. Una aceituna recrea la cabeza, la guindilla los brazos y la anchoa los interminables guantes que Rita picaronamente se quitaba en la controvertida peli.