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Las elecciones catalanas, con una alta abstención, se celebraron bajo el impacto del colapso de Cercanías Renfe por un robo de cobre. Una suerte de símbolo de la situación tragicómica por la que atraviesa el país. El escrutinio señaló un cambio de ciclo político, después ... de más de una década 'procesista' y tras una campaña dominada por dos relatos: el pasar página del 'procés' de Salvador Illa y el acabar el trabajo pendiente desde 2017 de Carles Puigdemont. Todo ello con el telón de fondo de la ley de amnistía que, contra pronóstico, fue la gran ausente.
Cuatro factores indican que se ha cerrado un ciclo político y se abre una nueva etapa. Primero, la amplia victoria del PSC que, por primera vez desde la restauración de la autonomía, se impone con claridad en votos y escaños. Ahora bien, mientras los socialistas ganaron en las zonas costeras y densamente pobladas de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona, Junts lo hacia en Girona, Lleida y las comarcas de la Catalunya central. La lista de Comuns-Sumar, tras las debacles de Galicia y País Vasco, resistió mejor de lo esperado. Solo pierde dos de sus ocho escaños, que continúan siendo claves para la conformación de mayorías de izquierdas en la Cámara.
Segundo, la pérdida de la mayoría absoluta de las tres formaciones independentistas (Junts, ERC y CUP), fundamento político e institucional del proceso soberanista. La victoria socialista no se explica sin un trasvase de voto entre los bloques independentista/no independentista, imposible en los años del 'procés'. Junts per Puigdemont, que crece tres escaños, solo ha podido capitalizar una pequeña parte de la caída del voto independentista de izquierdas que en Catalunya, a diferencia de Galicia y País Vasco, experimenta un notable retroceso. ERC pierde 13 de sus 33 escaños y la CUP cinco de sus nueve diputados. El análisis territorial del voto indica que sectores del electorado de Esquerra votaron a Illa. Acaso por ello, Puigdemont solo ha podido conseguir la mitad de sus objetivos: ha superado nítidamente a ERC como fuerza hegemónica del independentismo, pero no ha podido alcanzar ni el empate técnico con el PSC, ni la mayoría absoluta independentista para acceder a la presidencia de la Generalitat.
Tercero, la desaparición de Ciudadanos, que creció como reacción al ascenso del independentismo y fue en 2017 la fuerza más respaldada con 1,1 millones de votos. Ello comporta la recomposición del espacio de la derecha y la extrema derecha españolistas. En las catalanas de 202l, Vox obtuvo 11 diputados, C's seis y el PP tres. Ahora, los populares, con 15 escaños, consiguen su objetivo principal de superar a Vox como primera fuerza de ese espacio, pero sin atrapar voto de la formación ultra, que se consolida y repite resultados. De este modo, estas opciones incrementan en seis diputados su representación en la Cámara.
El cuarto factor radica en la entrada en el Parlament de la formación de extrema derecha independentista Aliança Catalana, surgida en Ripoll tras los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils, con un escaño por Lleida y otro por Girona y que, por un puñado de votos, no ha logrado representación por Barcelona.
Ciertamente, se trata de un resultado muy complejo de gestionar de cara a la gobernabilidad del país. Unas incertidumbres que no se despejarán hasta las próximas elecciones europeas. Sobre la campaña pesó la espada de Damocles de la repetición electoral, que no puede descartarse por los vetos cruzados entre los partidos con representación parlamentaria. El veredicto de las urnas únicamente deja dos opciones razonables: o investidura de Salvador Illa, mediante alguna combinación de geometría variable, o vuelta a las urnas.
ERC, a pesar del descalabro, retiene la llave de la gobernabilidad y sin ningún incentivo para repetir los comicios. Tras la dimisión de Pere Aragonès, su apuesta como líder de futuro después de Oriol Junqueras, afronta una profunda crisis interna que, de momento, le ha conducido a desmarcarse de formar parte de un gobierno presidido por Puigdemont o por Illa. Una repetición electoral sería una segunda vuelta que polarizaría el voto entre ambos presidenciables y debilitaría aún más a Esquerra, cogida entre dos fuegos.
Así, si descartamos la gran coalición socioconvergente que debería pasar por el cadáver de Puigdemont, el escenario de gobernabilidad más viable sería un gobierno de coalición PSC y Comuns-Sumar, presidido por Illa, que precisaría tanto para la investidura como para la gobernabilidad del apoyo parlamentario de ERC. Una negociación donde también contará la gobernabilidad de la ciudad de Barcelona aún por resolver. Una fórmula que se asemeja, pero invertida, a la que permitió a Aragonès ostentar la presidencia de la Generalitat en minoría parlamentaria con el apoyo del PSC durante dos años.
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