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La mayoría de los padres coinciden en que los jóvenes de hoy necesitan recibir una buena educación sexual. El aumento precoz de las enfermedades venéreas, de agresiones sexuales entre menores, la generalización del consumo de pornografía o del intercambio de fotos íntimas, han hecho saltar ... la alarma.
Pero no resulta fácil llegar a consensos sobre qué tipo de formación es la adecuada. El ámbito de lo afectivo-sexual afecta a lo más íntimo de la conciencia y su educación depende de la concepción de la persona y de la antropología que se defienda. El artículo 27.3 de la Constitución Española reconoce el derecho fundamental de los padres a elegir el tipo de educación: «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones».
Cuando se comparan diferentes programas de educación sexual, se observan dos grandes enfoques. El oficial, basado en una antropología relativista, en los conceptos de autodeterminación y empoderamiento, es el mayoritario en los programas que se ofrecen en los centros educativos. Cuenta con el respaldo de instituciones como la OMS o la ONU. La función de la formación afectivo-sexual sería dar herramientas para el bienestar, entendido como la satisfacción de necesidades afectivas y eróticas. Está cimentado en la revolución sexual de mayo del 68, pero no se corresponde con el modelo que prefieren la mayor parte de los padres de alumnos de primaria o primer ciclo de la ESO.
El segundo enfoque está basado en una antropología realista abierta a la trascendencia. Considera que la felicidad no está en una vida cómoda o promiscua sino en un corazón enamorado. Aquí se entiende la sexualidad no como una fuente de placer, sino de sentido: que seamos sexuados apunta y expresa de una forma corporal nuestra capacidad de amar. Es, por tanto, una delicada riqueza a la que cuidar y no simplemente un instrumento eventual y transitorio. Así pues, el ejercicio de la sexualidad no puede merecer una consideración moral neutra, pues no es una simple herramienta de bienestar: el sexo humaniza o deshumaniza, según si está de acuerdo o no con el fin último de la persona. Según este enfoque, las relaciones sexuales, como expresión de conexión profunda entre dos personas, encuentran su único contexto adecuado en la intimidad y el compromiso estable. Por tanto, el sexo esporádico y la promiscuidad son valorados de forma negativa.
Simplificando se podrían calificar estos dos enfoques como 'liberal' –se prioriza la autonomía del individuo– y 'conservador': pone el acento en la necesidad de cuidar y respetar una realidad básica para alcanzar la verdadera felicidad.
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